Nuestro miedo fue su negocio, viejo, y nosotros lo compramos en dolorosas cuotas mensuales, y cuando terminamos de pagarlas nos descubrimos acurrucados en un rincón, tiritando, mordiéndonos las uñas. Nos bombardearon con noticias que nos llenaron de temores, porque en tal país no había medicinas, y porque en tal otro se había acabado la leche, y porque en el de más allá a dos opositores los habían encarcelado por “traición”, aunque jamás nos dijeran en qué había consistido la traición. Nos llevaron a decir que estábamos mejor, que por fortuna, acá había libertad y había comida y había trabajo, más allá de que la libertad fuera solo un inciso en la Constitución, la comida costara el salario mínimo de medio día, y el trabajo fuera pedir en la calle una limosna.
Con el miedo, impuesto incluso por grupos que metían miedo para justificar una ley de mayor armamento, nos convencieron de que votáramos por ellos, pues ellos, solo ellos, podían garantizarnos paz, pan, tierra, y un lugar en el paraíso a la diestra de dios padre. Y los elegimos, y al elegirlos fuimos cómplices suyos, aunque los dejáramos solos, porque acá siempre entendimos la democracia como poner una cruz en una papeleta, ir a celebrar la victoria de nuestro candidato y nada más. Con el miedo al desempleo, con el miedo a todas las otras ideologías, con el miedo a la historia, con el miedo a la libertad y a la independencia, a los periódicos libres y a los periodistas críticos, con el miedo a lo distinto, y tergiversando lo que ocurrió y lo que no ocurrió, nos vencieron. Nos volvieron idiotas útiles. Unas fichas que se cambiaban por otras fichas o se desechaban.
Nuestra estupidez fue su negocio. Nos ganaron la partida, viejo, nos ganaron la partida al volvernos ignorantes, facilistas, cómodos, temerosos, estúpidos, y arrastrarnos al mundo de alegría y amor que diseñaron para nosotros, y caímos, caímos en la trampa del negocio, del consumismo, y acabamos por tasar la vida en términos de números, de tener más y de contar más, como fichas en un casino. Nos ganaron la partida porque nos impusieron sus verdades, sus manuales, sus leyes supuestamente inmodificables, y fuimos cómplices porque era más fácil ser cómplices y sonreír que enfrentarse a ellos. Era más fácil callar y reírnos de sus chistes, aunque nos pareciera que no tenían gracia. Era más fácil no ser inteligentes, como nos lo enseñaron y exigieron.
26 Ene 2019 - 6:29 PM
Por: Fernando Araújo Vélez
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