miércoles, 6 de febrero de 2019

Detalles tan pequeños

Inmerso y confundido entre grandes leyes, falsos absolutos, interminables códigos, discursos, nacionalismos, discusiones, patrias, banderas, ismos y mediciones, me he ido olvidando de los detalles, de esos pequeños detalles que fueron los que me hicieron ser quien soy, único e irrepetible, como todos, sin mejor ni peor, digan lo que quieran decir. Me olvidé de los detalles, de la razón de los detalles, y de que era precisamente en los detalles donde podía encontrar parte del real ser de quien estaba a mi lado, o de mí mismo o de la historia. Olvidé que el primer y espontáneo trazo que plasmé hace algunas noches sobre una hoja en blanco cuando estuve a solas conmigo mismo, sin obligaciones ni prisas, sin la mirada de los otros, sin la posible desaprobación de los otros, era el más espontáneo de mis rasgos, el que lo podía decir todo, el detalle que hacía la diferencia, y olvidé luego que la boca perfecta y eternamente pintada de rojo de una mujer que vivía para deslumbrar era la que me hablaba de sus prioridades, no sus palabras.

Olvidé que el silencio y el poder de mi silencio cuando me expulsaron por primera vez de una escuela eran mis gritos, y que el tachón y lo que había debajo del tachón en una frase de una carta de despedida fue más importante que las tres cuartillas de justificaciones. Olvidé a Roberto Carlos cuando cantaba, Detalles tan pequeños de los dos, son cosas muy grandes para olvidar, y pasé por alto las múltiples miradas esquivas de todos los días, que decían más que las cientos de palabras que vinieron luego. Me hice el tonto con un compañero de tragos e ignoré el detalle de que se apropiara de mis palabras y mis ideas cuando hablaba con alguien más, y luego hice gesto de sorpresa cuando vi, con el tiempo, que se fue apropiando de mis gustos, de mis colores, y más tarde, de mis textos, de un reloj y mis libros. 

Olvidé, casi a propósito, que uno de esos libros contaba que una novela, una sola novela llamada “¿Qué hacer?”, escrita por un preso, Nikolái Chernychevski,  había motivado a Lenin, a Trotski y a miles de rusos más para acabar con el zarismo, y obvié que la novela había pasado todos los filtros de la censura porque en la primera hoja del manuscrito tenía una mancha que parecía un sello, y los guardias la aprobaron porque fueron creyendo, uno por uno, que ya estaba aprobada. La mancha fue el detalle que cambió parte del rumbo de la historia, así como otro detalle, que León Trotsky no hubiera saludado a Iósif Stalin después de un discurso, muchos años antes de la Revolución de Octubre, cambió otra gran parte de esa historia y empezó a forjar un rencor que luego fue odio, más tarde, venganza, y al final, asesinato y millones de asesinatos.    

Olvidé esos detalles, todos los detalles, pisoteé mis pequeños gestos, ignoré las diminutas señales que había por doquier, y de tanto hacerme el tonto acabé por hacer el papel de tonto hasta en los mínimos detalles. 

Por: Fernando Araújo Vélez

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