martes, 12 de febrero de 2019

La política y el culto a la personalidad

Cuando los proyectos personales y las ansias de poder prevalecen sobre los colectivos.
¿Se ha convertido el culto a la personalidad como el cáncer de la democracia? Pareciera que así se ha demostrado en diversos países como Corea del Norte con el linaje de los Kim, en República Dominicana con la dictadura de Trujillo y en la conocida Alemania nazi, con Hitler, entre otros. Pero estos casos han llegado a ser mundialmente señalados y rechazados luego de que transcurrieran décadas de manipulación y abusos de parte de los gobiernos a su propio pueblo, pero las etapas más tempranas del Culto a la Personalidad pueden estar ocurriendo en tu propio país sin que te des cuenta, y es deber nuestro como ciudadanía aprender a reconocerlas y combatirlas antes de que este sigiloso cáncer sea usado por los líderes para perpetuarse en el poder y convertirse en dictadores.
Veamos, de manera sencilla y ejemplificada, una lista con las características (síntomas) típicas del culto a la personalidad en sus tres etapas, para que sirvan de herramienta a la ciudadanía en su lucha por mantener la democracia y la libertad.
¿Qué es el Culto a la Personalidad y por qué es dañino?
Antes de pasar a la lista de características me parece muy importante aclarar cuál es la relación entre el Culto a la Personalidad y las dictaduras.
Es bien sabido por todos que el rol de un presidente o presidenta es el de un servidor público. Lo elegimos por voto universal y secreto con la intención de que ese ser humano nos represente a todos, y tome las decisiones necesarias para conducir a la nación por un camino de prosperidad, justicia y paz. Básicamente, el presidente de una nación es un empleado de la ciudadanía, y esa es una disposición que no debemos olvidar ni debe invertirse nunca  (por más que se nos olvide). El presidente tiene, naturalmente, cierto rango de autoridad, pero esta autoridad es para establecer un orden dentro de las múltiples instituciones del estado, más no para dominar a su pueblo.
Y la mayoría de las personas tienen esto claro, y cuando no están de acuerdo en alguna disposición gubernamental ocurren denuncias y protestas. Pero, ¿qué pasa cuando un líder se gana nuestro cariño o admiración al punto de que le profesemos amor o devoción?
El amor y la devoción son sentimientos irracionales. Tal como sucede con el amor a Dios, sus fieles están dispuestos a hacer lo que sea que se les pida con tal de conservar su benevolencia y no ser castigados. Para las personas religiosas, los sufrimientos en la Tierra están justificados por “el designio de Dios”, que tiene un plan más grande para cada uno, o que está expiando de esta manera los pecados cometidos. Y cuando ocurre algo bueno en sus vidas dan gracias a Dios, porque Él es quien determina todo lo que sucede en la Tierra y espera a que sus “hijos” sean agradecidos por su generosidad.
No es mi intención con esto hacer crítica de las religiones ni ofender a los creyentes en lo más mínimo, sino que simplemente se trata del ejemplo más perfecto para explicar cómo actúa el Culto a la Personalidad en las mentes de la ciudadanía. Y ustedes se preguntarán, escépticos, ¿Cómo es posible que un ser humano común logre que todo un pueblo lo considere tan poderoso e incuestionable como un Dios? Pues eso es justo lo que vamos a recopilar con esta lista.
En líneas generales, lo único que necesita un líder para aprovechar de manera eficiente el Culto a la Personalidad son tres factores: una personalidad carismáticaelocuencia e inteligencia táctica. Sí. Sólo eso. Cuando mezclamos esas tres características con el enorme poder que se obtiene con el cargo de presidente de un país, un ser humano común se convierte en un personaje capaz de manipular a un pueblo entero para hacerle creer lo que le plazca y asegurar su obediencia.
Es así como nacen las más grandes dictaduras, pues las masas se dejan llevar, convencidas de que la disposición de sus venerados líderes debe, por toda norma, ser lo correcto.
Etapa Inicial: Dibujarse como el Salvador
La primera etapa del Culto a la Personalidad es casi en su totalidad discursiva. Es la etapa menos agresiva pero la más importante, ya que es donde se gana la confianza de las masas.  Lo que en cualquier relato o storytelling en comunicación política que se precie siempre debe definir.
Síntomas por parte del gobernante
  • Se dibuja a sí mismo como un salvador que tiene por propósito liberar a su pueblo de una etapa de miseria o injusticias, comparándose a su vez con figuras libertarias de la historia nacional o regional.
  • Promueve el rencor. Para ello alude repetitivamente en su discurso a las características negativas de los gobiernos anteriores al suyo, enmarcándolos a todos dentro de un solo grupo.
  • Bautiza su ideología con un nombre propio distinto a los genéricos.
  • Propone cambiar las leyes, alegando que las injusticias no dejarán de ocurrir a menos que se hagan cambios en el marco legal.
  • Sectoriza al pueblo en dos, exaltando las diferencias entre los sectores y haciéndolos ver como adversarios entre ellos. A los dictadores no les interesa tener el apoyo de todos, sino el apoyo de las masas. Maximiza la empatía con los grupos mayoritarios responsables de su elección y les da visibilidad, mientras que difama y excluye a las minorías que no le muestran apoyo o que le hacen crítica.
  • Elabora un enemigo único a partir de una idea intangible, “como una potencia enemiga extranjera, un grupo económico o religioso, o un sistema político contrario al que se profesa” y bajo ese concepto enmarcará a todas las personas que le hagan crítica o se opongan a sus dictámenes. Al ser un enemigo sin forma real, la lucha contra este enemigo se vuelve eterna.
Síntomas por parte del pueblo
  • Alaban características de la personalidad del líder: sentido del humor, habilidad para contar historias, capacidad de cantar, forma de vestir, etc.
  • Adoptan los términos que el mandatario inventa, aún sin conocer totalmente su significado.
  • Uso cotidiano de símbolos que lo identifican como partidario del líder: Un color, una prenda de ropa, una insignia.
  • Etapa Intermedia: Implantar el Miedo
    En esta etapa el gobernante ya se ha echado al bolsillo la confianza del pueblo y comienza a erradicar todos los focos de rebeldía a través de diferentes métodos.
    Síntomas por parte del gobernante
    • Hace actos caritativos que crean dependencia en el pueblo, como regalar comida, viviendas, sumas de dinero, entre otros.
    • Convence al pueblo de que las cosas buenas que tienen son únicamente gracias a su gestión. Para darle fuerza a esto, hace que su rostro sea plasmado en cada una de las obras públicas, como edificios, calles, avenidas, hospitales, bien hayan sido hechas durante su gestión o previas a ésta.
    • Atemoriza al pueblo con la idea de que cambiar de gobierno significa la pérdida de los logros socio-económicos, la destrucción de la identidad cultural y el triunfo del “enemigo” (el enemigo único intangible del que hablé anteriormente).
    • Comienza a encarcelar disidentes y periodistas por cargos insustanciales como “traición a la patria”, “instigación a cometer crímenes”, o “incitación a crear disturbios”, entre otros.
    • Comienza el exterminio de disidentes, de formas que parecen aisladas o inconexas con el gobernante. Cuando se logra conectar al mandatario con la responsabilidad de las muertes éste lo justifica con un discurso sobre defensa propia o la defensa del estado.
    • “El mandatario se otorga a sí mismo títulos y honores como “El Benemérito”, “El Excelentísimo”, “El Generalísimo”, “El Honorable”, “Benefactor de la Nación”, “El Restaurador de la Independencia” o “El Supremo”.
    • Cualquier falla propia o de su gestión la asocia al enemigo único para desviar la culpa.
    • Utiliza todos los medios de comunicación de los que dispone para reforzar su discurso y su imagen benevolente.
    Síntomas por parte del pueblo
    • Ausencia casi absoluta de crítica hacia el líder. “Tendencia a creer la noción de que los problemas que puedan ocurrir de ninguna forma son responsabilidad directa del líder.”
    • Para no ser considerados parte de la disidencia, se colocan retratos del líder en los hogares, colegios, lugares de trabajo y demás instituciones.
    • Cacería de brujas. Comienza la agresión del mismo pueblo hacia los disidentes.
    • Etapa Avanzada: Mimetizar su identidad con la del pueblo
      En esta etapa al líder ya se le han caído las caretas. Es reconocido como un dictador de manera internacional e incluso por sus propios seguidores, pero juega sus cartas en función de hacer creer que sus acciones son las acciones del pueblo, y que su identidad es la de todo el país, de manera que la posibilidad de su derrocamiento parezca una amenaza para toda la ciudadanía.
      Síntomas por parte del Gobernante:
      • Realiza campañas recurriendo a lo emotivo para mantener el aval del pueblo, como por ejemplo: “el líder es amor”, “el líder y la patria son la familia”, “Yo soy/todos somos (nombre del líder)”.
      • Omnipresencia. Multiplica su imagen en todos los espacios transitables, como muros vallas publicitarias y letreros.
      • Crea la idea de que su vida está en constante peligro −y por lo tanto también está en peligro la patria− amenazada por el enemigo único.
      • Se mantiene el encarcelamiento y el exterminio de disidentes, ahora de manera explícita.
      • Filtra la transmisión de información por todos los medios de comunicación para que tenga cabida sólo aquella que beneficie a su imagen y dé continuidad a sus discursos.
      • Nombra preventivamente a un sucesor de su legado, el cual tomará su lugar como gobernante cuando él fallezca o se vea incapacitado por vejez.
      Síntomas por parte del pueblo:
      • Levantan bustos y estatuas con la figura del mandatario y les rinden culto.
      • Autocensura. Ante los constantes rumores de muertes y desapariciones, fijan carteles en los que prohíben hablar mal del mandatario.
      • Asignan características sobrehumanas al líder, y le ruegan por su bendición.
      • Se demuestran agradecidos con el líder por permitir el acceso a bienes básicos y comunes como comida, ropa, educación y salud.
      • Se declaran dispuestos a defender la permanencia del mandatario así les cueste la vida.
      Cuesta pensar que un pueblo pueda mantener su devoción más allá de esta tercera fase, pero lo cierto es que el Culto a la Personalidad puede continuar incluso después de la muerte de quién lo empezó, con casos en los que el líder es embalsamado, o su ataúd es dejado en un lugar de fácil acceso para que los ciudadanos puedan llevarle presentes, hablarle y hasta rezarle. Y si el sucesor que ha dejado el líder tiene las mismas tres características que hemos mencionado al inicio (carisma, elocuencia e inteligencia), el Culto a la Personalidad puede prolongarse durante generaciones, como sucede en Corea del Norte, impidiendo el restablecimiento de la democracia.
      Honestamente espero que no hayas visto a tu nación, a tu mandatario o a tu pueblo representado en ninguna de estas etapas que he mencionado acá. Y si por el contrario ya comienzas a sospechar que algo de esto está ocurriendo, es tu deber convertirte en un agente informativo, y utilizar esta herramienta para abrir los ojos de tus conocidos. El Culto a la Personalidad no es como rendirle culto a un Santo, o a un Dios, pues a cambio no has de esperar milagros, sino engaños, censura y violencia.
    • https://www.ramonramon.org/blog/2019/02/07/la-politica-y-el-culto-a-la-personalidad-la-guia-definitiva-para-identificar-a-tiranos

miércoles, 6 de febrero de 2019

Volvernos idiotas

Nuestro miedo fue su negocio, viejo, y nosotros lo compramos en dolorosas cuotas mensuales, y cuando terminamos de pagarlas nos descubrimos acurrucados en un rincón, tiritando, mordiéndonos las uñas. Nos bombardearon con noticias que nos llenaron de temores, porque en tal país no había medicinas, y porque en tal otro se había acabado la leche, y porque en el de más allá a dos opositores los habían encarcelado por “traición”, aunque jamás nos dijeran en qué había consistido la traición. Nos llevaron a decir que estábamos mejor, que por fortuna, acá había libertad y había comida y había trabajo, más allá de que la libertad fuera solo un inciso en la Constitución, la comida costara el salario mínimo de medio día, y el trabajo fuera pedir en la calle una limosna.
Con el miedo, impuesto incluso por grupos que metían miedo para justificar una ley de mayor armamento, nos convencieron de que votáramos por ellos, pues ellos, solo ellos, podían garantizarnos paz, pan, tierra, y un lugar en el paraíso a la diestra de dios padre. Y los elegimos, y al elegirlos fuimos cómplices suyos, aunque los dejáramos solos, porque acá siempre entendimos la democracia como poner una cruz en una papeleta, ir a celebrar la victoria de nuestro candidato y nada más. Con el miedo al desempleo, con el miedo a todas las otras ideologías, con el miedo a la historia, con el miedo a la libertad y a la independencia, a los periódicos libres y a los periodistas críticos, con el miedo a lo distinto, y tergiversando lo que ocurrió y lo que no ocurrió, nos vencieron. Nos volvieron idiotas útiles. Unas fichas que se cambiaban por otras fichas o se desechaban.
Nuestra estupidez fue su negocio. Nos ganaron la partida, viejo, nos ganaron la partida al volvernos ignorantes, facilistas, cómodos, temerosos, estúpidos, y arrastrarnos al mundo de alegría y amor que diseñaron para nosotros, y caímos, caímos en la trampa del negocio, del consumismo, y acabamos por tasar la vida en términos de números, de tener más y de contar más, como fichas en un casino. Nos ganaron la partida porque nos impusieron sus verdades, sus manuales, sus leyes supuestamente inmodificables, y fuimos cómplices porque era más fácil ser cómplices y sonreír que enfrentarse a ellos. Era más fácil callar y reírnos de sus chistes, aunque nos pareciera que no tenían gracia. Era más fácil no ser inteligentes, como nos lo enseñaron y exigieron.
Por: Fernando Araújo Vélez

Detalles tan pequeños

Inmerso y confundido entre grandes leyes, falsos absolutos, interminables códigos, discursos, nacionalismos, discusiones, patrias, banderas, ismos y mediciones, me he ido olvidando de los detalles, de esos pequeños detalles que fueron los que me hicieron ser quien soy, único e irrepetible, como todos, sin mejor ni peor, digan lo que quieran decir. Me olvidé de los detalles, de la razón de los detalles, y de que era precisamente en los detalles donde podía encontrar parte del real ser de quien estaba a mi lado, o de mí mismo o de la historia. Olvidé que el primer y espontáneo trazo que plasmé hace algunas noches sobre una hoja en blanco cuando estuve a solas conmigo mismo, sin obligaciones ni prisas, sin la mirada de los otros, sin la posible desaprobación de los otros, era el más espontáneo de mis rasgos, el que lo podía decir todo, el detalle que hacía la diferencia, y olvidé luego que la boca perfecta y eternamente pintada de rojo de una mujer que vivía para deslumbrar era la que me hablaba de sus prioridades, no sus palabras.

Olvidé que el silencio y el poder de mi silencio cuando me expulsaron por primera vez de una escuela eran mis gritos, y que el tachón y lo que había debajo del tachón en una frase de una carta de despedida fue más importante que las tres cuartillas de justificaciones. Olvidé a Roberto Carlos cuando cantaba, Detalles tan pequeños de los dos, son cosas muy grandes para olvidar, y pasé por alto las múltiples miradas esquivas de todos los días, que decían más que las cientos de palabras que vinieron luego. Me hice el tonto con un compañero de tragos e ignoré el detalle de que se apropiara de mis palabras y mis ideas cuando hablaba con alguien más, y luego hice gesto de sorpresa cuando vi, con el tiempo, que se fue apropiando de mis gustos, de mis colores, y más tarde, de mis textos, de un reloj y mis libros. 

Olvidé, casi a propósito, que uno de esos libros contaba que una novela, una sola novela llamada “¿Qué hacer?”, escrita por un preso, Nikolái Chernychevski,  había motivado a Lenin, a Trotski y a miles de rusos más para acabar con el zarismo, y obvié que la novela había pasado todos los filtros de la censura porque en la primera hoja del manuscrito tenía una mancha que parecía un sello, y los guardias la aprobaron porque fueron creyendo, uno por uno, que ya estaba aprobada. La mancha fue el detalle que cambió parte del rumbo de la historia, así como otro detalle, que León Trotsky no hubiera saludado a Iósif Stalin después de un discurso, muchos años antes de la Revolución de Octubre, cambió otra gran parte de esa historia y empezó a forjar un rencor que luego fue odio, más tarde, venganza, y al final, asesinato y millones de asesinatos.    

Olvidé esos detalles, todos los detalles, pisoteé mis pequeños gestos, ignoré las diminutas señales que había por doquier, y de tanto hacerme el tonto acabé por hacer el papel de tonto hasta en los mínimos detalles. 

Por: Fernando Araújo Vélez

lunes, 4 de febrero de 2019

Odiemos, como si amáramos

Odiemos como si amáramos, odiando y amando de verdad, sin mezquindades, sin ruindad, buscando descubrir en el otro algo nuevo cada mañana, tomando del otro lo que sea digno de tomar, y sobre todo, odiemos como si amáramos con la grandeza de ser capaces de admitir cuán grande es el otro, porque es muy fácil sentir y dejarse llevar por los sentimientos, y muy difícil, casi imposible, valorar, ser capaces de decir, como decía Nietzsche: “La verdad, aunque haya que amar a nuestro enemigo y odiar a nuestro amigo”. Odiemos como si amáramos, con la humanidad, la sutileza, el detalle, la motivación, la razón y la destreza de los grandes amantes, y entendamos antes de cada batalla que no hay amores sin odio, ni odios sin amor.

Odiemos con un odio racional. Un odio frío, aunque parezca contradictorio. Un odio que surja del análisis, de la observación, no de los sentimientos, no de las pasiones. Odiemos a aquellos que les hacen daño a los otros, a esos que riegan la vida de resentimientos y que dividen y juegan a dividir, y son conscientes de que lo hacen. Odiemos a quienes con su odio visceral multiplican los odios del resto, y a los que se inventan enemigos para sumar adeptos. Odiemos a los que defienden sus propios intereses, y hablo acá de intereses en el sentido más abyecto del término. Intereses económicos, por ejemplo. Intereses de clase, intereses de poder por el poder, del poder para pisotear. Intereses de raza, de ascenso, de honores.

Odiemos a los incendiarios, porque detrás de un incendiario hay dolor e impotencia y muy poca razón, y son el dolor y la impotencia y la poca razón los que llevan al odio ciego, al odio destrucción porque sí. Odiemos en el sentido de despreciar, quitándole precio al enemigo, pero estemos seguros, antes de despreciarlo, de que está “a la altura del conflicto”, como cantaba Fito Páez. Odiemos con inteligencia, cuidando cada uno de nuestros pasos y eligiendo con paciencia cada una de nuestras armas. Odiemos con altura, como si amáramos, sin linchamientos públicos ni trampas, con una rosa en lugar de un puñal, para que el odiado tenga que agradecer la rosa por el resto de su vida. Odiemos con nuestra obra, texto, pintura, película o jardín, pero nuestra obra, porque en ella podremos vengarnos de quien queramos y como queramos, y con ella provocaremos tales dosis de envidia que no necesitaremos más armas para derrumbar a nuestro enemigo. Odiemos como si amáramos, porque en últimas, amar u odiar son dos caras de una misma moneda que se llama vida, y a veces es de plata, y a veces, de cobre. 


Por: Fernando Araújo Vélez