La corrupción es un asunto que constantemente se está discutiendo en prácticamente todas las esferas del país. Medios de comunicación, políticos, entidades de control, ciudadanos, organizaciones de la sociedad civil, denuncian casi que diariamente un acto de corrupción, pero, ¿qué es realmente la corrupción? ¿cuáles son sus implicaciones para los colombianos? ¿por qué hay corrupción en Colombia? ¿cómo mitigarla?
Para esta edición de FIGRI en Contexto, consultamos a Carolina Isaza, docente FIGRI e investigadora del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales –CIPE, experta en temas de Transparencia y Corrupción y, editora del primer tomo de la más reciente publicación de la colección “Así habla el Externado” sobre Corrupción.
Aunque es un concepto al que constantemente estamos expuestos y que aparece en medios de comunicación, redes sociales y conversaciones informales con bastante frecuencia, es importante aclarar que, la corrupción se define como como el abuso de un poder otorgado (puede ser público o privado) para el beneficio privado. Adicionalmente, este abuso de poder implica deshonestidad, clandestinidad y la ganancia de unos pocos en detrimento de muchos. En Colombia, como en muchos otros países y sociedades, la corrupción se ha expresado de distintas maneras en diferentes instancias de la sociedad. En efecto, tras investigaciones realizadas, resulta claro que la corrupción impacta a distintas esferas de nuestra sociedad.
En este sentido, Isaza señala que uno de los hallazgos realizados por los tomos publicados identificó que, según el análisis de prensa, son la corrupción en la contratación, en la justicia, peculado, corrupción electoral, en el sector privado y clientelismo, las modalidades de corrupción que más afectan a los ciudadanos en Colombia, pero, según las sanciones, son el soborno, la apropiación de bienes públicos, la extorsión y el nepotismo. No obstante, la investigadora recalca que la corrupción electoral tiene los efectos más profundos porque desvía la voluntad popular y afecta la democracia.
Así las cosas, la investigación presentada demuestra como la corrupción tiene costos económicos altos (sobre el desarrollo y la eficiencia económica, entre otros), costos sociales inadmisibles (sobre la entrega y calidad de bienes y servicios públicos, el acceso igualitario al Estado, la pobreza y la equidad, la confianza en los demás y el capital social) y costos políticos también muy graves (sobre la legitimidad del Estado y de la democracia, la toma de decisiones públicas en pro del interés general y la confianza en las instituciones). De hecho, entre 2009 y 2016 hubo en total 3.966 casos de corrupción registrados en el sistema penal acusatorio y 326 sanciones disciplinarias relacionadas con corrupción.
Ante este escenario, valdría la pena preguntarnos si Colombia es un país particularmente corrupto o si sus ciudadanos inciden en estas prácticas “por naturaleza”. Aunque, la investigadora afirma que hay ciertos factores de orden cultural e institucional que pueden incidir en la toma de decisiones éticas de las personas, no considera que sea acertado afirmar que existe una “naturaleza corrupta” en Colombia, entre otras cosas porque una parte importante de la población no incurre en este tipo de comportamientos.
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