lunes, 29 de julio de 2019

Para combatir la corrupción se necesitan más que buenas intenciones

Indiscutiblemente los enfoques tradicionales han perdido la batalla contra la corrupción. ¿Qué estrategias han demostrado ser efectivas para combatir este mal?

¿Por qué existe la corrupción?

La corrupción es uno de los problemas más graves que aquejan a Colombia y al mundo hoy. En nuestro país se ha manifestado de forma más acentuada por cuenta del narcotráfico y la violencia. Algunas de sus nefastas consecuencias son la pérdida de recursos, la erosión del sentido de equidad y justicia y el desgaste de la legitimidad política y del orden democrático y social.
Entiendo como corrupción la violación de normas y principios legales ético-morales en beneficio de un interés privado. Esto puede ocurrir principalmente por dos razones: desconocimiento de las normas o indiferencia frente a su poder restrictivo.
Lo segundo puede producirse por insuficiente convencimiento sobre la validez de las normas o el convencimiento de que infringirlas no desencadenará condiciones negativas o que dichas consecuencias no serán tan significativas como los beneficios privados que se obtendrán al violarlas.

Por elemental que parezca, esta aproximación arroja claves para combatir este fenómeno. El conocimiento insuficiente sobre la validez de las normas puede ser producto de la debilidad de estas dentro de la cultural general o de una transmisión inadecuada.
En Colombia, las principales fuentes de moral y de justicia en la cultura general han sido el catolicismo y el derecho y, en menor medida, las tradiciones civilistas, las doctrinas partidistas y las influencias nativistas e indigenistas.
La profundización del capitalismo ha incentivado las formas ilegales de hacer dinero.
La primera de ellas tiene pocas posibilidades de internalización efectiva porque la estratificación social que caracteriza a nuestro territorio ha debilitado el impacto de las prédicas y, adicionalmente, Colombia ha venido experimentando una progresiva secularización en las últimas décadas.
La estratificación social tiene tantos efectos en el ámbito objetivo como en el subjetivo. En el primero, la desigualdad de recursos y oportunidades facilita que el orden social sea percibido como injusto. Además, la profundización del capitalismo ha incentivado las formas ilegales de hacer dinero, pues ha convertido al éxito económico en el criterio más importante para medir el estatus de una persona, pero no ha abierto los caminos necesarios para lograrlo dentro de la legalidad.
En el segundo, la desigualdad de méritos ha disminuido el autoestima de los grupos sociales menos favorecidos. Esto ha inhibido el emprendimiento y la innovación y también ha provocado que sus miembros perciban el orden social como excluyente, dificultando que lo respeten o se identifiquen con él.
¿Cómo podemos combatir la corrupción? A través de un proceso largo que involucre la educación en todos los niveles.
Teniendo en cuenta todo esto, resulta natural que emerjan contraculturas informales que realicen prácticas violentas, ilegales y corruptas. Para los miembros de esas contraculturas, la propiedad (pública y privada) luce como un botín disponible para el desalojo. Llevada al límite, esa mentalidad convierte al hombre en lobo para el hombre. No en vano, numerosos pensadores han advertido que el interés racional individual es insuficiente para que el orden social funcione.

¿Qué hacer?

Como afirmó Albert Einstein, los problemas no pueden resolverse usando la misma mentalidad que los creó, por eso, en este caso la única salida que tenemos es que superar el egocentrismo que nos conduce a la corrupción. Para ello, es necesario que reconozcamos que no somos individuos aislados, sino que formamos parte de un colectivo.
En ese sentido, para combatir la corrupción es necesario diseñar programas de formación cívica que fomenten la empatía y permitan combatir el egoísmo. Esos programas deben partir del entendimiento de que la solidaridad es la base para una sociedad tolerante en la que se respeten las normas. Así mismo, deben incluir pedagogías que incentiven la inteligencia emocional y social y, además de ser puestas en marcha en colegios y universidades, es importante que se extiendan a otros espacios como barrios y comunidades marginales.
La solidaridad es la base para una sociedad tolerante en la que se respeten las normas.
No obstante, es importante reconocer que la evidencia demuestra que la solidaridad social se desarrolla con mayor facilidad en comunidades que comparten condiciones de relativa similitud e igualdad, lo que quiere decir que el trabajo subjetivo es importante, pero no es suficiente.
Es necesario promover el acceso equitativo a bienes básicos como la educación, la salud, la vivienda y el trabajo digno, pues solo así será posible romper la estratificación social a nivel objetivo y subjetivo. Indiscutiblemente, este es un trabajo de largo plazo, por lo cual es importante empezar cuanto antes.
La evidencia también indica que el clientelismo y el patronazgo se alimentan de la existencia de masas marginales que carecen de educación y no se interesan en temas de índole pública porque están ocupados tratando de subsistir. Estas condiciones los hacen más propensos a responder a estímulos directos e inmediatos como la compra de votos. Por eso, es importante ofrecerles mejores condiciones de vida para que rechacen esas prácticas.
Finalmente, en el medio de estos procesos se encuentra el foco que se utiliza generalmente para abordar la corrupción: la reforma de leyes e instituciones para prevenir, identificar y sancionar con severidad a los infractores. Si bien la ley es un aspecto importante, resulta infructuoso cuando se lleva a cabo de forma aislada. Por eso, es necesario que los cambios legislativos estén acompañados de procesos sociales como los descritos anteriormente. Dicho de otro modo, para garantizar su efectividad, es ineludible diseñar y llevar a cabo proyectos dirigidos a transformar la mentalidad ciudadana.
Las herramientas para frenar la corrupción no son sencillas pero es necesario empezar a desarrollarlas.
En suma, para confrontar la corrupción de forma efectiva es necesario adoptar un enfoque multidimensional que se concentre en la transformación ciudadana e incorpore estrategias de corto, mediano y largo plazo. Afortunadamente, algunos indicios electorales recientes sugieren que estamos cerca de inflexión en la materia.


martes, 16 de julio de 2019

Ética



El centro del desafío somos nosotros mismos. Porque la ruptura nuestra, como sujetos morales, está en la base de la corrupción que destruyó la credibilidad en la justicia y de distintas maneras está por todas partes en el Estado, las empresas, los medios de comunicación, la educación, las organizaciones populares, el Ejército y, por supuesto, los partidos políticos, los grupos armados ilegales, la comunidad católica y las demás iglesias.

En mi sentir, sigue válida la tesis de que Colombia se precipitó en un vacío ético cuando, por el proceso natural de secularización y globalización, la moral católica dejó de ser la norma general para determinar el bien y el mal en los comportamientos privados y públicos, y nos encontramos con que no habíamos hecho la tarea de construir una moral civil, válida para todos los ciudadanos, vigente en la sociedad, respetuosa de creencias y filosofías.


Con el vacío moral vino la destrucción brutal de la vida humana porque los cimientos de la convivencia estaban rotos. Primero, los años de la Violencia, con 300.000 asesinatos de campesinos. Luego, los homicidios cotidianos, que llegaron a más de 30.000 por año, y el narcotráfico y la guerra política degradada, con 8 millones de víctimas.
"Destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz"
Este golpe salvaje marcó definitivamente lo que somos con dolores y miedos profundos. Y de la misma barbarie surgieron las interpretaciones excluyentes sobre la tragedia, manejadas por intereses políticos y económicos, que nos han polarizado hasta el destrozo del sentido de ‘nosotros’, que nos hace tan difícil reconstruirnos.

Por eso, destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz. Y que, polarizados en interpretaciones sobre la brutalidad de la violencia, nos confundamos en odios y señalamientos y sigamos postergando la construcción de la moral ciudadana y pública, mientras la confianza colectiva se desploma.

Mi sentir es que el final de la guerra es la oportunidad para cimentar en la dignidad humana la moral pública que convierta los valores formulados en la Constitución del 91 en hábitos sociales, empresariales, institucionales y políticos. Esta es la dignidad presente en la conciencia personal, que reclama consistencia con la grandeza humana. Que solo se tienen cuando nadie está excluido de ella. Que, fuera de Dios, no debemos a nadie. Que da origen al Estado como la institución que creamos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual las condiciones de la misma dignidad.
El aprendizaje de las virtudes que surgen de la dignidad humana parte de la familia y la escuela, y la Iglesia tiene allí un papel único. Pero, como no tenemos tiempo de esperar a la educación de los niños, el camino corto para recuperar la base ética de la dignidad perdida es llamar a las víctimas de todos los lados, sin hacer caso a las interpretaciones que nos polarizan.

Y que las víctimas hablen ante sus victimarios. No solo las víctimas de la guerra, sino también los niños con hambre, ante los que les robaron los auxilios alimentarios; las familias con muertos, ante los que se robaron la salud; los campesinos despojados, ante los que les robaron la tierra; los encarcelados injustamente, ante los falsos testigos pagados, etc. Para que los magistrados y políticos y empresarios corruptos entiendan que ellos asesinaron en ellos mismos su propia dignidad y la vulneraron en todos nosotros.

Entonces será posible que empecemos desde allí la apuesta civil y espiritual de rescatarnos como seres humanos.

POR FRANCISCO DE ROUX

domingo, 14 de julio de 2019

¿La Corrupción es inherente a la cultura colombiana?



La corrupción es un asunto que constantemente se está discutiendo en prácticamente todas las esferas del país. Medios de comunicación, políticos, entidades de control, ciudadanos, organizaciones de la sociedad civil, denuncian casi que diariamente un acto de corrupción, pero, ¿qué es realmente la corrupción? ¿cuáles son sus implicaciones para los colombianos? ¿por qué hay corrupción en Colombia? ¿cómo mitigarla?
Para esta edición de FIGRI en Contexto, consultamos a Carolina Isaza, docente FIGRI e investigadora del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales –CIPE, experta en temas de Transparencia y Corrupción y, editora del primer tomo de la más reciente publicación de la colección “Así habla el Externado” sobre Corrupción.
Aunque es un concepto al que constantemente estamos expuestos y que aparece en medios de comunicación, redes sociales y conversaciones informales con bastante frecuencia, es importante aclarar que, la corrupción se define como como el abuso de un poder otorgado (puede ser público o privado) para el beneficio privado. Adicionalmente, este abuso de poder implica deshonestidad, clandestinidad y la ganancia de unos pocos en detrimento de muchos. En Colombia, como en muchos otros países y sociedades, la corrupción se ha expresado de distintas maneras en diferentes instancias de la sociedad. En efecto, tras investigaciones realizadas, resulta claro que la corrupción impacta a distintas esferas de nuestra sociedad.
En este sentido, Isaza señala que uno de los hallazgos realizados por los tomos publicados identificó que, según el análisis de prensa, son la corrupción en la contratación, en la justicia, peculado, corrupción electoral, en el sector privado y clientelismo, las modalidades de corrupción que más afectan a los ciudadanos en Colombia, pero, según las sanciones, son el soborno, la apropiación de bienes públicos, la extorsión y el nepotismo. No obstante, la investigadora recalca que la corrupción electoral tiene los efectos más profundos porque desvía la voluntad popular y afecta la democracia.
Así las cosas, la investigación presentada demuestra como la corrupción tiene costos económicos altos (sobre el desarrollo y la eficiencia económica, entre otros), costos sociales inadmisibles (sobre la entrega y calidad de bienes y servicios públicos, el acceso igualitario al Estado, la pobreza y la equidad, la confianza en los demás y el capital social) y costos políticos también muy graves (sobre la legitimidad del Estado y de la democracia, la toma de decisiones públicas en pro del interés general y la confianza en las instituciones). De hecho, entre 2009 y 2016 hubo en total 3.966 casos de corrupción registrados en el sistema penal acusatorio y 326 sanciones disciplinarias relacionadas con corrupción.
Ante este escenario, valdría la pena preguntarnos si Colombia es un país particularmente corrupto o si sus ciudadanos inciden en estas prácticas “por naturaleza”. Aunque, la investigadora afirma que hay ciertos factores de orden cultural e institucional que pueden incidir en la toma de decisiones éticas de las personas, no considera que sea acertado afirmar que existe una “naturaleza corrupta” en Colombia, entre otras cosas porque una parte importante de la población no incurre en este tipo de comportamientos.

Ahora bien, Isaza señala que el diseño institucional actual puede favorecer este tipo de prácticas pues hace pensar que los corruptos están por encima de la ley. Esta situación puede conducir a una especie de trampa social, en la que las personas sienten que el sistema “les obliga a ser corruptas”. Adicional a esto, la investigadora comenta que el diseño institucional actual permite una excesiva injerencia de los partidos políticos en la administración pública, más allá de la “mermelada” o los cupos indicativos, sino más bien en nombramientos de cargos públicos que deberían ser de carrera y por mérito.
En consecuencia, mitigar la corrupción es un asunto que compete tanto a la administración pública como a los ciudadanos. Ciertamente, el Estado tiene la responsabilidad principal, en la medida en que debe modificar normas e instituciones, teniendo en cuenta que en países donde la corrupción es sistémica es poco probable que pequeños mecanismos institucionales puedan conducir a una mejor gobernanza. Por ejemplo, aunque Colombia ha adoptado medidas como aumentar la transparencia y el acceso a la información pública, reducir los trámites, organizar los mecanismos de investigación y sanción, tipificar delitos y recuperar dineros apropiados de manera indebida, mapas de riesgos, planes anticorrupción, nuevos sistemas para la aprobación y monitoreo de proyectos financiados con regalías, no hay evidencia de que nada de esto haya ayudado efectivamente.
No obstante, también es cierto que, para mitigar esta problemática, la sociedad debe cambiar comportamientos y reducir la tolerancia a la corrupción, que es muy alta; sobre todo, a la pequeña, invisible, de todos los días, resalta la experta.

https://www.uexternado.edu.co/finanzas-gobierno-y-relaciones-internacionales/la-corrupcion-es-inherente-la-cultura-colombiana/

domingo, 7 de julio de 2019

Las familias no son perfectas, pero son el mayor tesoro de la sociedad



Yo no soy el mejor ser humano del mundo, sin embargo hay algo que sé con certeza: soy capaz de dar mi vida por mi familia sin dudarlo.
De los recuerdos de mi infancia más vívidos que tengo, es el de ir sentada al lado de mi madre en la silla cerca a la ventana en el transporte público, y ver niños vestidos con ropas sucias y dañadas que dormían pegaditos unos a otros protegiéndose del frío. Cuando le pregunté a mi mamá por qué esos niños estaban en esas condiciones, me dijo: «ellos no tienen hogar porque han huido de este«.
Sí, cuando uno es niño no alcanza a promediar lo afortunado que es de tener un padre, una madre y una hermana. Pese a eso, con el tiempo uno se da cuenta que hay niños que no pueden disfrutar del mismo privilegio.

Las familias no son perfectas

“La familia puede enfadarte como nadie,
pero también es lo que hace que la vida merezca la pena”.
Hugh Jackman
Sí, las familias no son perfectas, no creo que exista alguien que piense que así es; pero ciertamente muchas pueden ser felices en medio de su imperfección.
En el caso de la mía, mis padres se separaron cuando yo tenía 11 años, y a lo largo de mi infancia y pubertad tuvimos que pasar por situaciones que ningún niño ni joven merece vivir. Sin embargo, las cosas cambiaron y como familia nos fortalecimos y nos hicimos más unidos. Atrás quedaron los malos momentos, las peleas, las dificultades y ahora vivimos en armonía. Sí, tenemos dificultades en ocasiones, pero jamás permitimos que estas se apoderen de nuestra convivencia.
Hay muchos tipos de familias, pero todas sin ningún tipo de distinción y a su manera, -si logran hallar el punto medio- pueden y deben salir adelante, ofreciéndole a sus miembros amor, consejo, ayuda, apoyo, crítica constructiva y todo lo que le garantice que van a estar ahí sea que los necesiten o no.

Para tener una familia se requiere ser valiente

Y mucho. Algo que todos debemos tener claro es que la lucha no es para las personas débiles o cobardes, y mantener una familia unida requiere mucha fortaleza.
Ninguna persona se fortalece si no sabe enfrentarse a las dificultades de la vida; igual pasa con las familias. Cada momento difícil, crisis emocional, económica, de pareja, problema con los hijos, hace que se muestre de qué está hecho cada miembro de la misma.
Pero es que no solo se fortalece el grupo familiar como tal. Cada miembro de la familia descubre que tanta fuerza, amor y deseos de apoyar a sus familiares tiene dentro de sí.
Y es que amar a alguien pese a todos sus errores, sus fallas y ofensas es difícil. Es más, el hecho de compartir lazos familiares y afectivos hace que el dolor de los enfrentamientos sea más intenso; sin embargo, también puede llegar a ser un gran punto a favor a la hora de conseguir el perdón y poder seguir sintiéndose bien en compañía de ese ser amado.
Amar a alguien que comete fallas que no son tan graves es fácil, pero amar a un miembro de la familia que una y otra vez se mete en problemas es realmente un reto al que toda familia debe hacerle frente.

La familia como base de la sociedad

“¿Qué puedes hacer para promover la paz mundial?
Ve a casa y ama a tu familia.”
Madre Teresa de Calcuta.
Esto es algo que nos repiten a diario en el colegio, pero uno no puede llegar a comprenderlo del todo hasta que es adulto.
En casa aprendes lo básico, principios y valores que te ayudan a relacionarte con los demás. Del ejemplo de tus padres vas a adquirir los gustos que marcarán con alta probabilidad lo que vas a hacer para ganarte la vida. De la unión con tus hermanos vas a tener a tus primeros amigos y cómplices. Gracias a tus abuelos conocerás el amor más puro que pueda dar un ser humano.
La sociedad en la que vivimos no es más que la muestra en grande de lo que son las familias que residen en ese país, del valor de sus personas y del amor que sus padres profesaron a sus hijos.

Mi familia, mi mayor tesoro

En mi caso personal debo admitir que mis padres fueron muy estrictos conmigo. De pequeña era muy rebelde, así que ellos tuvieron que moldear mi carácter;  si no hubiera sido de esa manera, posiblemente sería una mujer caprichosa y (tal vez malvada). En cambio, su dedicación y guía me hicieron una mujer dispuesta a dar de mí lo mejor en todo momento y situación.  Sí, he cometido errores de los que me arrepiento, pero no fue más que el resultado de mi libre albedrío y no culpa de ellos; sin embargo, aún en esos momentos he contado con el apoyo incondicional de mi familia.
Respecto a mis aficiones, comencé a amar la lectura gracias a mi padre porque es adicto a ella. Mi madre siempre ha sido muy hábil con sus manos y hace bellezas en crochet, y aunque adoro lo que hace no soy capaz de hacer ni una cobija en 2 agujas. Pese a eso, adoro como se esmera por darnos siempre lo mejor, por apoyarnos y eso lo aprendí de ella.
Igual sucede con mi hermana, hay días que no la tolero y discutimos por nimiedades; pero como sea, es mi hermana, y con el paso del tiempo siempre terminamos riéndonos de sus ocurrencias y apoyándonos. Tengo la certeza de que al morir mis padres en ella voy a tener un apoyo que difícilmente algún otro familiar podrá llegar a darme. Lo ha hecho en otras ocasiones y de verdad sé que es una persona incondicional.
Con la familia somos todo y sin ellos no somos nada. Dependemos de ellos para aprender lo más básico y grandioso, y cuando miembros de esta van muriendo, lo que nos queda son sus recuerdos, enseñanzas y amor; este es su gran legado.