lunes, 2 de diciembre de 2019

La psicología caótica de las redes





Las redes sociales abruman con sus niveles de intolerancia, violencia y desprecio por el otro. En principio tienen un gran poder para hacer el bien y darles voz a personas y comunidades que antes no la tenían. Pero, como los ríos en invierno, se salieron de madre.
Hace poco, un amigo me envió un artículo que aborda el tema con extraordinaria agudeza. Los autores son Jonathan Haidt, investigador en psicología de las emociones morales, y Tobias Rose-Stockwell, comunicador experto en empatía en la tecnología. El artículo saldrá el próximo mes en The Atlantic.

Comienzan con un experimento mental. Imaginen que un día se duplicara el valor de la constante de gravitación universal. Los edificios colapsarían, nosotros nos arrastraríamos, los pájaros no podrían volar, y la Tierra cambiaría su órbita a una más cercana al Sol, asándonos a todos. Es decir que al cambiar una ‘pequeña’ regla básica de la física, nada sería lo que es.

Hay estudios psicológicos que muestran que los mensajes agresivos se difunden más, y más rápidamente, que los amables. Las noticias falsas son aceptadas y se difunden mejor en tanto más extrañas

Proponen, entonces, hacer un experimento similar con una regla de la democracia. Dicen los autores que a James Madison (uno de los diseñadores de la democracia americana) le preocupaba mucho que algunos grupos pudieran generar animosidad entre los ciudadanos, conduciendo al abandono de la búsqueda del bien común. Se tranquilizaba pensando que, en un país tan grande y tan diverso, esos grupos no podrían contagiar a otros. Pero ¿qué pasaría si súbitamente, en el siglo XXI, una nueva tecnología llevara mensajes a grandes poblaciones y en forma instantánea?

Es lo que está pasando. Las discusiones en las redes llegan a un nivel de agresividad que no se ve en el mundo no virtual. He visto a colegas profesores, usualmente amables, expresarse en las redes en forma burda y despreciando la dignidad humana de sus interlocutores.

Hay estudios psicológicos que muestran que los mensajes agresivos se difunden más, y más rápidamente, que los amables. Las noticias falsas son aceptadas y se difunden mejor en tanto más extrañas y perversas sean. La gente dice cualquier cosa y se cree las teorías conspiratorias más descabelladas. Se rechazan las evidencias en contra o, peor, se asumen como ‘prueba reina’ de la veracidad del complot. Las preocupaciones de la sociedad se desplazan hacia lo más inmediato. Se magnifican preocupaciones nimias, porque son las que están de moda en la red en ese momento.

Los autores sugieren algunas vías para resolver el problema y no perder la democracia en el intento. La primera es reducir la frecuencia y la intensidad con la que se participa en las redes. La gente busca en ellas el aplauso, que se mide en RT y likes. Si se eliminara esa métrica, posiblemente la atención se concentraría más en el mensaje que en su ‘éxito’.

Una segunda estrategia sería la reducción del alcance de las cuentas no verificadas. Abrir cuentas anónimas para atacar a otros o avanzar intereses (a veces malsanos) es muy fácil. Sin ir más lejos, gobiernos de un país han influido por ese medio en las elecciones de otro. Imponer unos requisitos de identificación disminuiría el impacto de esas cuentas.

Una tercera iniciativa sería aumentar la dificultad para enviar ciertos mensajes. Ya se han probado instrumentos de inteligencia artificial que detectan un mensaje tóxico y le recomiendan al autor tomarse una pausa para reconsiderar su envío.

Hay que explorar esas y más alternativas a fin de disminuir los efectos negativos para la democracia de una comunicación que hoy es agresiva, descontrolada y muy superficial. Los gobiernos y las compañías que manejan las grandes redes enfrentan ese reto. Los ciudadanos deberíamos ser lo suficientemente sensatos para hacer lo mismo. Pero lo que han demostrado las redes es que la sensatez no se da silvestre, hay que cultivarla

  Por Moisés Wasserman

martes, 15 de octubre de 2019

‘Las redes sociales están destruyendo la democracia’



A la profesora de la Universidad Nacional Belén del Rocío Moreno Cardozo la inquieta el uso que los ciudadanos les están dando a las redes sociales en tiempos corrientes y especialmente en épocas coyunturales como en esta campaña electoral.
Nacida en Cali, autora, entre otros libros, de Las cifras de azar. Una lectura psicoanalítica de la obra de Álvaro Mutis, habló en profundidad con EL TIEMPO sobre las consecuencias de estos nuevos medios.
Para usted, ¿qué son los discursos de odio y muerte?
Son discursos de destitución del adversario, que tienen como mira la destrucción del ser del otro. No solo apuntan a acabar con su imagen, sino que se dirigen a exterminar su ser, a erradicarlo. Por ello, se prolongan en una pendiente de crispación ininterrumpida que puede incluso ir más allá de la muerte, pues sobre los restos vendrá la execración del cadáver, de la memoria del muerto.
¿Por qué cree que se llega a esta situación?
El odio es una pasión que se reviste siempre de justificaciones fáciles: se crea y regodea en sí mismo. El psicoanalista francés Jacques Lacan decía que la nuestra es una civilización del odio, que tiene ya desbrozada la pista de su carrera hacia la destrucción.
¿Cómo se transmiten los discursos del odio a través de los medios digitales?
Se transmiten como la peste. Los medios digitales operan a gran escala en varios sentidos: su alcance es planetario, su difusión es masiva y su temporalidad, encogida al máximo, se mueve entre el vértigo del instante y la eternidad a la que queda destinado todo lo que ingresa en la red. Esta temporalidad, que avanza sobre la cresta de la ola, en puro presente continuo, colapsa el tiempo para comprender; así se salta de lo que se ve en la pantalla a la inmediata conclusión. El pensamiento parece hoy una rara pieza del museo ilustrado.
¿Hay alguna característica que favorezca la propagación de los mensajes de odio?
El mundo virtual ofrece la posibilidad del anonimato, lo que otorga una patente de corso al internauta para realizar toda suerte de transgresiones, pues sin nombre, ni cuerpo ni rostro, la impunidad parece garantizada. En cambio, cuando se pone el cuerpo en el vínculo con el otro, opera una cuota de inhibición respecto de las manifestaciones de odio.
¿Cada usuario puede decir lo que se le ocurra?​
Sin cuerpo, ni rostro ni nombre, para hacerse cargo de un enunciado injurioso, sí. El desbocado ciudadano del mundo digital no asume ninguna responsabilidad sobre su palabra: puede decir cualquier cosa y también puede negar lo que se le antoje. Los negacionismos son una de las manifestaciones más crudas de odio a nivel social, pues se desconoce de plano el ser del otro, su palabra, su existencia. Hay circunstancias en que ya ni siquiera importa conservar el anonimato, pues el interés mayor es hacerse ver y llamar por su nombre. Propósito que es propio de la aspiración narcisista en que se apuntalan plataformas como Facebook, Instagram y Twitter: se trata de ser visto y reconocido al precio que sea.
¿Puede darnos un ejemplo que la haya impactado?
El 15 de marzo de este año se hizo una transmisión en vivo y en directo que vino a realizar esa aspiración del todo-presente-dado-a-ver, propia de la red: un hombre de 28 años perpetró una matanza, en dos mezquitas de Nueva Zelanda, que transmitió por Facebook, al tiempo que publicó un voluminoso escrito justificativo. La aspiración del perpetrador, declarado admirador de Trump, era que la matanza fuera viral; en efecto, antes de que sus cuentas en Facebook e Instagram fueran canceladas, millones de personas habían visto “en muerto y en directo” la masacre.
¿Se trata de llevar el asesinato a la red?
He aquí el nuevo goce que había logrado discernir Charles Melman, psicoanalista francés, a propósito de la “exitosa” exposición de cadáveres plastificados del doctor Gunter von Hagens, que ha concitado el interés de treinta millones de espectadores, en sus incesantes giras mundiales y, que como un cuerpo celeste, hace pocas semanas, volvió a pasar por Colombia, esta vez instalada en un centro comercial.

La exposición, sin duda, constituye un sarcasmo macabro en este país: ¡A ver cadáveres en un centro comercial, como si no contáramos por miles los insepultos que tenemos en nuestro haber! Pues bien, ese nuevo goce, que ya amplía el catálogo de las perversiones humanas, se llama necroscopia: “el goce escópico con la muerte”. El ejecutor de la matanza no profanó cadáveres, sino que los produjo al instante y, además, dio a ver su obra a millones de fisgones, ahora denominados amigos, seguidores, suscriptores.
Se exalta al más deslenguado...
Sí. Ha habido una mutación concomitante al auge de las redes sociales, pues se pasó de la urbanidad de la corrección política, que hizo carrera desde finales de los años 80, cuyo propósito principal era evitar ofender, denigrar, segregar a exaltar al más deslenguado. Un relajamiento ruinoso de la represión y la inhibición han invadido la escena pública y el campo digital en que ahora esta acontece.
¿Y entonces, qué hacer?
Son preguntas que tocan al asunto esencial que concierne al trabajo propio de la cultura para civilizar el odio, en contra de la actual barbarie. Lo que afrontamos, en este momento, es nada menos la cuestión de la posibilidad misma de coexistencia humana. Así que para la barbarie, solo nos queda persistir en la obra de la cultura: en lugar de las fake news, la narración, la historización, la creación de ficciones literarias –bien distintas de las mentiras– que alojen la verdad de nuestros acontecimientos.
¿Esa realidad virtual impacta la de la calle?
Hay un rasgo esencial del mundo virtual: la omisión del cuerpo en el vínculo con el otro. Ya no se tiene que poner el cuerpo para cancelar una cita, ni para romper una relación amorosa, tampoco para felicitar a un amigo por su cumpleaños: el ángel desciende ahora on-line. Este cuerpo omitido persiste y retorna, sin embargo, de dos maneras: o bien, aparece bajo la forma de la estampita que se exhibe a amigos, mirones y admiradores virtuales, para recibir a cambio un “me gusta” o una manita cercenada con el pulgar arriba; o bien, retorna de manera brutal, en lo real, mostrando un picadillo impedido de cualquier ostentación.
¿Cómo ve que se está realizando esta campaña electoral en las redes sociales?
La escalada de violencia es muy inquietante en las regiones, el número de muertos sigue aumentando. Los asesinatos más recientemente registrados hacen patente no solo el poder sugestivo, sino también el poder mortífero de los mensajes que circulan en las redes. En circunstancias como las actuales, las redes se han convertido en armas de guerra, no son instrumentos de la política, pues esta supone el conflicto, el disenso, y no la aniquilación del adversario. De nuevo, habrá que situar el marco en que esta escalada de violencia electoral acontece, para terminar no creyendo que la calentura está en las sábanas.
¿Cómo ve el impacto de las redes sociales en la política moderna?
El influjo es funesto, pues el sueño del potencial democratizador con que fue presentado internet, y luego las redes sociales, rebrota por todas partes en la pesadilla de un odio que no cesa de cumplir su propósito de destrucción. Las redes son más bien, como lo dijo el doctor en Sociología del derecho Boaventura de Sousa Santos, destructoras de la democracia.
¿Tan grave es su diagnóstico?
Estado: crítico. La política se destruye en las redes, en las redes de los grandes negociantes de nuestros datos, monetizados, capitalizados a conveniencia. Ello quedó muy claro en el escándalo de la empresa de comunicaciones y de comportamiento electoral Cambridge Analytica, que recibió de Facebook miles de datos de cada votante potencial, no solo para las campañas del brexit y de Trump, pues han sido intervenidas de esta manera más de doscientas elecciones en el mundo; con ese material lograron extraer los perfiles psicológicos de millones de personas, sus psicografías, a partir de las cuales se diseñaron mensajes específicos para cada sector de la población indecisa. Suena familiar...
¿Hay un nuevo poder global que es el uso de los datos?
Es hoy el activo más preciado. Nuestros datos que entregamos, dócilmente, con cada clic, con cada búsqueda en Google, con cada “me gusta”, con todas las aplicaciones que usamos, cuyas condiciones aceptamos, para poder gozar sin trabas de la nueva maravilla. Por estas aplicaciones terminamos pagando un alto precio, así se obtengan, en apariencia, de manera gratuita.
¿Cree que nuestra realidad no está muy lejana de ser como la de ‘Black Mirror’?
La realidad del mundo que habitamos, infestado de objetos productos de la ciencia actual –y de su brazo armado, la técnica–, quedó muy bien delineada en esta serie. Cada capítulo toma una arista de este mundo poblado de artilugios tecnológicos; es como si en cada episodio pusiese una lupa sobre uno u otro de esos efectos subjetivos y sociales provocados por esos objetos producto de la técnica. Así la serie despliega las consecuencias del discurso de la ciencia sobre la subjetividad de nuestra época, en sendas ficciones verdaderas que nos muestran cómo hemos sido tomados en la red.
¿Qué sugerencia les daría hoy a los electores en Colombia que van a votar en las próximas elecciones? ¿No mirar las redes sociales?
La sugerencia es que no se dejen administrar el odio. Los votos de odio son una posibilidad perdida para la democracia, para la cultura, para la vida misma. Que el elector saque un tiempo para sí, y procure, más allá de las estridencias de la redes, discernir, contrastar, disentir y, finalmente, elegir. Eso es la política, no la carnicería, efecto bruto de la capitalización del odio.
ARMANDO NEIRA
EDITOR DE POLÍTICA DE EL TIEMPO@armandoneira

miércoles, 9 de octubre de 2019

Y a todas estas, ¿para qué son los Concejos Municipales?





Aunque en la Constitución está claramente definido el objetivo de esta corporación, aún hay muchos que desconocen cuál es su papel

Es común en nuestro país que las personas no sepan exactamente qué es el Concejo y qué hacen los concejales, lo cual explica el comportamiento que se da en las urnas y durante las campañas cuando muchos de los que se postulan a estos cargos no tienen claro qué quieren hacer y los que votan no tienen realmente claro para qué van a votar.
La Constitución Política de Colombia define en su Artículo 312 qué es el Concejo Municipal, explicando lo siguiente:
“Es una Corporación Político Administrativa y Pública, elegida popularmente para períodos de cuatro años. Está integrado por no menos de 7, ni más de 21 miembros llamados Concejales, quienes cumplen funciones constitucionales de control político sobre la Administración Municipal. La conformación del Concejo refleja el ejercicio puro de la democracia desde lo local, por ser una Corporación Pública que dada su naturaleza, permite mayores oportunidades de contacto directo entre la población y el Estado. En la organización del Estado Colombiano, los concejos municipales tienen cuatro características esenciales, simultáneas y complementarias: ser una Corporación Pública, tener naturaleza político-administrativa, sus miembros son elegidos popularmente, y carece de personalidad jurídica propia. Estas características determinan su naturaleza jurídica, política y administrativa”.
A partir de esta definición, la misma Constitución determina las funciones que debe cumplir el Concejo Municipal, de acuerdo a lo que dice el Artículo 313:
  • Reglamentar las funciones y la eficiente prestación de los servicios a cargo del municipio.
  • Adoptar los correspondientes planes y programas de desarrollo económico, social y de obras públicas.
  • Autorizar al alcalde para celebrar contratos y ejercer pro tempore precisas funciones de las que corresponden al Concejo.
  • Dictar las normas orgánicas del presupuesto y expedir anualmente el presupuesto de rentas y gastos.
  • Determinar la estructura de la Administración Municipal y las funciones de sus dependencias.
  • Reglamentar los usos del suelo.
  • Elegir el personero para el período que fije la ley y los demás funcionarios que ésta determine (en la actualidad por disposición de ley se realiza por concurso de méritos).
  • Dictar las normas necesarias para el control, la preservación y defensa del patrimonio ecológico y cultural del municipio.
  • Además de presentar, estudiar, debatir y eventualmente aprobar proyectos de acuerdo.
Lo que pueden y no pueden hacer los concejales
Los concejales tienen 2 funciones, según la ley colombiana, por lo que solo a través de su ejercicio pueden incidir en la administración del municipio: el control político y la iniciativa normativa. Lo que hagan más allá de esto no hace parte de sus funciones, se hace por canales no oficiales y solo está destinando a mantener aceitada su maquinaria y cautivos, en el peor sentido de la palabra, a sus votantes.
El control político es la facultad de pedir cuentas al gobierno sobre su gestión, con especial énfasis en aquello en lo que se comprometió: su plan de desarrollo, la ejecución del presupuesto del municipio, entre otros. Es la principal función del cabildo y razón de ser como órgano de representación democrática. Los ciudadanos delegamos en los concejales nuestro derecho a ser informados y a vigilar cómo se gestiona el interés público. Por eso es importante subrayar la importancia que tiene elegir personas independientes, honestas, expertas. Personas que ofrezcan las garantías sociales y éticas de que no tienen empeñado su capital político con nadie más que con el bienestar del municipio y sus conciudadanos (que son diferentes a su clientela).
La iniciativa normativa es la atribución que tienen los cabildantes para convertir sus propuestas en normas (acuerdos municipales). Es una función secundaria en su ejercicio como representante ciudadano, porque en el ordenamiento jurídico vigente es la administración municipal quien tiene la potestad de presentar los proyectos de acuerdo que realmente inciden en la calidad de vida de los ciudadanos. La iniciativa normativa de los concejales es residual y debe contar con el visto bueno del gobierno de turno en materia presupuestal y jurídica, de lo contrario entrarán a engrosar la lista de ‘saludos a la bandera’ producidos en este país que sufre de ‘leguleyitis aguda’.
Las ideas de los candidatos al Concejo solo tienen chances reales de materializarse en el debate de los proyectos de acuerdo de plan de desarrollo, presupuesto, reforma tributaria y ordenamiento territorial. Para que sus ideas sean aceptadas deben someterse a un arduo proceso de diálogo con sus pares y con su contraparte, los secretarios del alcalde.
Así pues, mi invitación es a votar por candidatos con ideas pertinentes para el momento del municipio, que puedan respaldarlas con una sólida formación técnica en gestión de entes territoriales y una trayectoria probada en el estudio del municipio y sus desafíos.
No más politiqueros de carrera y sus herederos, quienes solo conocen el municipio en relación con el número de votos que le aporta cada barrio, corregimiento y vereda. No más candidatos ajenos a los problemas del pueblo, solo interesados en convertir en campo de batalla la agenda política municipal. No más candidatos haciendo cálculos para impulsar proyectos políticos de sus jefes agazapados en la sombra. No más candidatos prometiendo el cielo y la tierra.
De esta manera, se espera que los ciudadanos tengan mejores elementos y criterios para elegir a los nuevos concejales, evaluando la pertinencia y viabilidad de cada una de sus propuestas y planteamientos. Así mismo, se espera que los candidatos al Concejo tengan mayores y mejores argumentos para realizar sus campañas, y convencer a los electores.
Por: Óscar "Nino" Arguelles Díaz marzo 19, 2019

martes, 1 de octubre de 2019

Las masas siempre serán dominadas, conducidas, controladas y representadas por unos pocos ilustres

Las masas siempre serán dominadas, conducidas, controladas y representadas por unos pocos ilustres que sepan leer sus realidades, pero eso no siempre significa que le vayan a resolver sus problemas, por cuanto una cosa es saber acertar y describir la esencia del comportamiento social y otra solucionarles sus problemas. Una cosa es ser buen interprete y otra es ser buen gerente. Una cosa es decir y otra hacer. La realidad es comprendida por sus interpretes, pero los errores son corregidos y los buenos proyectos tienen éxito debido a buenos y eficaces GERENTES. No nos extrañemos que quienes conocen e interpreten nuestras realidades con gran exactitud y enorme elocuencia en un próximo futuro no lleguen a dar con la solución de nuestras dificultades, en efecto pueden saber lo que pasa pero no todo el tiempo llegan a ser agentes de cambios, porque una cosa es la que se piensa y se dice y otra la que se hace

Ideas para recuperar la ilusión



Ya es hora de desterrar esas falsas concepciones de la política que nos acostumbraron a conformarnos con muy poco y a no exigirles a los políticos honestidad, ni transparencia, ni preparación. 
Los colombianos estamos perdiendo la ilusión, ese impulso vital que alimenta a los seres humanos y que nos permite creer que lo que uno anhela para su familia, para su país y para el mundo,  es posible. Y lo más  grave es que la estamos perdiendo en el momento histórico en que más necesitamos creer en nuestros sueños.
La mala política, los escándalos de corrupción, una justicia que solo es capaz de encerrar a los peces pequeños, la polarización encarnizada y hasta el Twitter de Trump, nos están matando la ilusión. 
Por eso, yo que todavía no me dejo ganar por la desilusión, me he tomado el trabajo de hacer una lista de algunas premisas que nos pueden servir para recuperar la esperanza en estos momentos en que el mundo entero parece estar olvidando sus anhelos.
La primera consigna: es hora de revelarnos contra la mala política que se practica en el país y de salir a las calles a protestar para quitarles esa bandera a los corruptos que la están agitando de manera cínica: al impúdico Alejandro Ordóñez, el exprocurador destituido de su cargo por haber nombrado a familiares de los magistrados que lo nominaron y al uribismo cuya autoridad moral para denunciar actos de corrupción es solo igual al tamaño de los escándalos que lleva a cuestas: el robo en la Dirección Nacional de Estupefacientes, la feria de puestos y notarías que entregó a los congresistas para que le cambiaran un articulito que le permitió revivir la reelección y que luego él mismo usufructuó; las coimas que Odebrecht y otros contratistas habrían dado en su gobierno para hacerse a los grandes proyectos de infraestructura,  que hoy de nuevo están aflorando y, desde luego, su récord histórico de ser el gobierno con el más alto número de funcionarios y políticos tras las rejas,  prófugos de la justicia y extraditados. Para salir a agitar la bandera de la anticorrupción se tienen que tener las manos limpias. Y si mañana a los Benedettis de la Unidad Nacional les da también por salir a enarbolar la lucha contra la corrupción, pues también habrá que salirles al paso.   
La segunda consigna: en las próximas elecciones no hay que votar por los mismos corruptos de siempre, así hayan repartido becas, hecho carreteras y construido parques –como lo hizo Kiko Gómez en La Guajira –. Pablo Escobar, mientras decidía a quién mandaba a matar, también construyó canchas de fútbol y polideportivos en los cerros pobres de Medellín y eso no lo convirtió en el Roosevelt de la política colombiana.
La buena política es el arte de hacer posible lo imposible y de convertir nuestros sueños en realidad. La mala es la que hace de la política una irremediable y continua decepción; que la convierte en un pesado lastre que se aprende a sobrellevar porque la sociedad no tiene más remedio. Esa mala política es la que se ha tomado a Colombia: aquí es normal que un político exitoso tenga que venderle el alma al diablo, que deba hipotecar su independencia a los contratistas que financian sus campañas, que se robe el dinero de la salud, de la educación y de los niños malnutridos.
Nada de eso es normal ni necesario para existir. Ya es hora de comenzar a desterrar esas falsas concepciones de la política que nos acostumbraron a conformarnos con muy poco y a no exigirles a los políticos honestidad, ni transparencia ni preparación. No más concesiones inauditas a políticos que no se lo merecen. Las próximas elecciones los ciudadanos deberíamos castigar con el voto a quienes han convertido la política en un ejercicio indigno y no volver a votar por ellos.  
Tercera consigna: hay que salir a protestar con el objetivo de recuperar la buena política. Que el establecimiento político colombiano sepa que la sociedad no aguanta más su permisividad. Dejaron que la política se convirtiera en un club privado en el que solo entran los especímenes más corruptos y en donde hay partidos agónicos que se sostienen en corruptos aparatos clientelistas que funcionan como fincas de expresidentes. Así, de taquito, han ido dejando por fuera a las fuerzas nuevas, a los movimientos sociales y a los políticos honestos por temor a que todo este nuevo mundo les quite poder y los empequeñezca. Ellos le temen a la buena política, que transforma la sociedad y que la lleva a su máximo desarrollo democrático. Prefieren la mala política, que nos condena al atraso histórico, nos vuelve más dóciles a la manipulación y nos convierte en ciudadanos sin ninguna dignidad.
La cuarta consigna: no dejarse llevar por las fábulas de la posverdad que ofrecen las redes sociales. Mire su Twitter, vea su Facebook, pero hágalo sin que su intelecto quede capturado. Vuelva a la poesía, lea a Dante, a Shakespeare y a Dostoievsky para comprender la condición humana.  Para que este mundo virtual no le quite sus ilusiones, ni los anhelos de paz, ni sus sueños de un mundo mejor, no se entregue a las redes porque estas terminarán tragándoselo.
Yo todavía tengo la ilusión de que mis hijas puedan vivir un país en paz distinto al que me tocó padecer. Y esa ilusión solo se va a volver realidad el día en que la mala política quede desterrada. 
Puede leer más columnas de de María Jimena Duzán aquí

miércoles, 25 de septiembre de 2019

La Ciudadanía no puede ser indiferente ante lo publico



La política, que muchos ignoran, es el escenario donde se toman las decisiones más importantes de la sociedad. Por eso el voto es tan importante, para que no sean pocos los que decidan el futuro de todos.

Soy Rosember Ricardo Álvarez, nací, crecí y me crié en Puerto Libertador, la tierra por la que queremos trabajar para lograr un municipio lleno de oportunidades.
Hoy soy estudiante de ingeniería administrativa, realicé una tecnología en gestión administrativa y financiera y soy técnico en administración de empresas; trabajé como vigilante, supervisor y ahora me desempeño como asesor comercial, así es la vida, paso a paso, demostrando siempre que #LaEducaciónEsElCamino
Quiero hacer parte de la historia de nuestro municipio, creo que el cambio social se da cuando nos involucramos en lo que deseamos lograr. Puerto Libertador tiene muchos retos económicos y sociales, quiero a hacer parte de la transformación para proyectar, direccionar y planificar al municipio hacia un futuro más prometedor. Como candidato al Concejo deseo imprimirle energía, ganas, mis capacidades y conocimientos a demostrar que #LaEducaciónEsElCamino para lograr que esta propuesta colectiva sea la que nuestro municipio necesita.

La política, que muchos ignoran, es el escenario donde se toman las decisiones más importantes de la sociedad. Por eso el voto es tan importante, para que no sean pocos los que decidan el futuro de todos.

lunes, 29 de julio de 2019

Para combatir la corrupción se necesitan más que buenas intenciones

Indiscutiblemente los enfoques tradicionales han perdido la batalla contra la corrupción. ¿Qué estrategias han demostrado ser efectivas para combatir este mal?

¿Por qué existe la corrupción?

La corrupción es uno de los problemas más graves que aquejan a Colombia y al mundo hoy. En nuestro país se ha manifestado de forma más acentuada por cuenta del narcotráfico y la violencia. Algunas de sus nefastas consecuencias son la pérdida de recursos, la erosión del sentido de equidad y justicia y el desgaste de la legitimidad política y del orden democrático y social.
Entiendo como corrupción la violación de normas y principios legales ético-morales en beneficio de un interés privado. Esto puede ocurrir principalmente por dos razones: desconocimiento de las normas o indiferencia frente a su poder restrictivo.
Lo segundo puede producirse por insuficiente convencimiento sobre la validez de las normas o el convencimiento de que infringirlas no desencadenará condiciones negativas o que dichas consecuencias no serán tan significativas como los beneficios privados que se obtendrán al violarlas.

Por elemental que parezca, esta aproximación arroja claves para combatir este fenómeno. El conocimiento insuficiente sobre la validez de las normas puede ser producto de la debilidad de estas dentro de la cultural general o de una transmisión inadecuada.
En Colombia, las principales fuentes de moral y de justicia en la cultura general han sido el catolicismo y el derecho y, en menor medida, las tradiciones civilistas, las doctrinas partidistas y las influencias nativistas e indigenistas.
La profundización del capitalismo ha incentivado las formas ilegales de hacer dinero.
La primera de ellas tiene pocas posibilidades de internalización efectiva porque la estratificación social que caracteriza a nuestro territorio ha debilitado el impacto de las prédicas y, adicionalmente, Colombia ha venido experimentando una progresiva secularización en las últimas décadas.
La estratificación social tiene tantos efectos en el ámbito objetivo como en el subjetivo. En el primero, la desigualdad de recursos y oportunidades facilita que el orden social sea percibido como injusto. Además, la profundización del capitalismo ha incentivado las formas ilegales de hacer dinero, pues ha convertido al éxito económico en el criterio más importante para medir el estatus de una persona, pero no ha abierto los caminos necesarios para lograrlo dentro de la legalidad.
En el segundo, la desigualdad de méritos ha disminuido el autoestima de los grupos sociales menos favorecidos. Esto ha inhibido el emprendimiento y la innovación y también ha provocado que sus miembros perciban el orden social como excluyente, dificultando que lo respeten o se identifiquen con él.
¿Cómo podemos combatir la corrupción? A través de un proceso largo que involucre la educación en todos los niveles.
Teniendo en cuenta todo esto, resulta natural que emerjan contraculturas informales que realicen prácticas violentas, ilegales y corruptas. Para los miembros de esas contraculturas, la propiedad (pública y privada) luce como un botín disponible para el desalojo. Llevada al límite, esa mentalidad convierte al hombre en lobo para el hombre. No en vano, numerosos pensadores han advertido que el interés racional individual es insuficiente para que el orden social funcione.

¿Qué hacer?

Como afirmó Albert Einstein, los problemas no pueden resolverse usando la misma mentalidad que los creó, por eso, en este caso la única salida que tenemos es que superar el egocentrismo que nos conduce a la corrupción. Para ello, es necesario que reconozcamos que no somos individuos aislados, sino que formamos parte de un colectivo.
En ese sentido, para combatir la corrupción es necesario diseñar programas de formación cívica que fomenten la empatía y permitan combatir el egoísmo. Esos programas deben partir del entendimiento de que la solidaridad es la base para una sociedad tolerante en la que se respeten las normas. Así mismo, deben incluir pedagogías que incentiven la inteligencia emocional y social y, además de ser puestas en marcha en colegios y universidades, es importante que se extiendan a otros espacios como barrios y comunidades marginales.
La solidaridad es la base para una sociedad tolerante en la que se respeten las normas.
No obstante, es importante reconocer que la evidencia demuestra que la solidaridad social se desarrolla con mayor facilidad en comunidades que comparten condiciones de relativa similitud e igualdad, lo que quiere decir que el trabajo subjetivo es importante, pero no es suficiente.
Es necesario promover el acceso equitativo a bienes básicos como la educación, la salud, la vivienda y el trabajo digno, pues solo así será posible romper la estratificación social a nivel objetivo y subjetivo. Indiscutiblemente, este es un trabajo de largo plazo, por lo cual es importante empezar cuanto antes.
La evidencia también indica que el clientelismo y el patronazgo se alimentan de la existencia de masas marginales que carecen de educación y no se interesan en temas de índole pública porque están ocupados tratando de subsistir. Estas condiciones los hacen más propensos a responder a estímulos directos e inmediatos como la compra de votos. Por eso, es importante ofrecerles mejores condiciones de vida para que rechacen esas prácticas.
Finalmente, en el medio de estos procesos se encuentra el foco que se utiliza generalmente para abordar la corrupción: la reforma de leyes e instituciones para prevenir, identificar y sancionar con severidad a los infractores. Si bien la ley es un aspecto importante, resulta infructuoso cuando se lleva a cabo de forma aislada. Por eso, es necesario que los cambios legislativos estén acompañados de procesos sociales como los descritos anteriormente. Dicho de otro modo, para garantizar su efectividad, es ineludible diseñar y llevar a cabo proyectos dirigidos a transformar la mentalidad ciudadana.
Las herramientas para frenar la corrupción no son sencillas pero es necesario empezar a desarrollarlas.
En suma, para confrontar la corrupción de forma efectiva es necesario adoptar un enfoque multidimensional que se concentre en la transformación ciudadana e incorpore estrategias de corto, mediano y largo plazo. Afortunadamente, algunos indicios electorales recientes sugieren que estamos cerca de inflexión en la materia.


martes, 16 de julio de 2019

Ética



El centro del desafío somos nosotros mismos. Porque la ruptura nuestra, como sujetos morales, está en la base de la corrupción que destruyó la credibilidad en la justicia y de distintas maneras está por todas partes en el Estado, las empresas, los medios de comunicación, la educación, las organizaciones populares, el Ejército y, por supuesto, los partidos políticos, los grupos armados ilegales, la comunidad católica y las demás iglesias.

En mi sentir, sigue válida la tesis de que Colombia se precipitó en un vacío ético cuando, por el proceso natural de secularización y globalización, la moral católica dejó de ser la norma general para determinar el bien y el mal en los comportamientos privados y públicos, y nos encontramos con que no habíamos hecho la tarea de construir una moral civil, válida para todos los ciudadanos, vigente en la sociedad, respetuosa de creencias y filosofías.


Con el vacío moral vino la destrucción brutal de la vida humana porque los cimientos de la convivencia estaban rotos. Primero, los años de la Violencia, con 300.000 asesinatos de campesinos. Luego, los homicidios cotidianos, que llegaron a más de 30.000 por año, y el narcotráfico y la guerra política degradada, con 8 millones de víctimas.
"Destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz"
Este golpe salvaje marcó definitivamente lo que somos con dolores y miedos profundos. Y de la misma barbarie surgieron las interpretaciones excluyentes sobre la tragedia, manejadas por intereses políticos y económicos, que nos han polarizado hasta el destrozo del sentido de ‘nosotros’, que nos hace tan difícil reconstruirnos.

Por eso, destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéramos los valores de la justicia, la honradez, la verdad, la compasión, la lealtad, la solidaridad, la paz. Y que, polarizados en interpretaciones sobre la brutalidad de la violencia, nos confundamos en odios y señalamientos y sigamos postergando la construcción de la moral ciudadana y pública, mientras la confianza colectiva se desploma.

Mi sentir es que el final de la guerra es la oportunidad para cimentar en la dignidad humana la moral pública que convierta los valores formulados en la Constitución del 91 en hábitos sociales, empresariales, institucionales y políticos. Esta es la dignidad presente en la conciencia personal, que reclama consistencia con la grandeza humana. Que solo se tienen cuando nadie está excluido de ella. Que, fuera de Dios, no debemos a nadie. Que da origen al Estado como la institución que creamos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual las condiciones de la misma dignidad.
El aprendizaje de las virtudes que surgen de la dignidad humana parte de la familia y la escuela, y la Iglesia tiene allí un papel único. Pero, como no tenemos tiempo de esperar a la educación de los niños, el camino corto para recuperar la base ética de la dignidad perdida es llamar a las víctimas de todos los lados, sin hacer caso a las interpretaciones que nos polarizan.

Y que las víctimas hablen ante sus victimarios. No solo las víctimas de la guerra, sino también los niños con hambre, ante los que les robaron los auxilios alimentarios; las familias con muertos, ante los que se robaron la salud; los campesinos despojados, ante los que les robaron la tierra; los encarcelados injustamente, ante los falsos testigos pagados, etc. Para que los magistrados y políticos y empresarios corruptos entiendan que ellos asesinaron en ellos mismos su propia dignidad y la vulneraron en todos nosotros.

Entonces será posible que empecemos desde allí la apuesta civil y espiritual de rescatarnos como seres humanos.

POR FRANCISCO DE ROUX

domingo, 14 de julio de 2019

¿La Corrupción es inherente a la cultura colombiana?



La corrupción es un asunto que constantemente se está discutiendo en prácticamente todas las esferas del país. Medios de comunicación, políticos, entidades de control, ciudadanos, organizaciones de la sociedad civil, denuncian casi que diariamente un acto de corrupción, pero, ¿qué es realmente la corrupción? ¿cuáles son sus implicaciones para los colombianos? ¿por qué hay corrupción en Colombia? ¿cómo mitigarla?
Para esta edición de FIGRI en Contexto, consultamos a Carolina Isaza, docente FIGRI e investigadora del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales –CIPE, experta en temas de Transparencia y Corrupción y, editora del primer tomo de la más reciente publicación de la colección “Así habla el Externado” sobre Corrupción.
Aunque es un concepto al que constantemente estamos expuestos y que aparece en medios de comunicación, redes sociales y conversaciones informales con bastante frecuencia, es importante aclarar que, la corrupción se define como como el abuso de un poder otorgado (puede ser público o privado) para el beneficio privado. Adicionalmente, este abuso de poder implica deshonestidad, clandestinidad y la ganancia de unos pocos en detrimento de muchos. En Colombia, como en muchos otros países y sociedades, la corrupción se ha expresado de distintas maneras en diferentes instancias de la sociedad. En efecto, tras investigaciones realizadas, resulta claro que la corrupción impacta a distintas esferas de nuestra sociedad.
En este sentido, Isaza señala que uno de los hallazgos realizados por los tomos publicados identificó que, según el análisis de prensa, son la corrupción en la contratación, en la justicia, peculado, corrupción electoral, en el sector privado y clientelismo, las modalidades de corrupción que más afectan a los ciudadanos en Colombia, pero, según las sanciones, son el soborno, la apropiación de bienes públicos, la extorsión y el nepotismo. No obstante, la investigadora recalca que la corrupción electoral tiene los efectos más profundos porque desvía la voluntad popular y afecta la democracia.
Así las cosas, la investigación presentada demuestra como la corrupción tiene costos económicos altos (sobre el desarrollo y la eficiencia económica, entre otros), costos sociales inadmisibles (sobre la entrega y calidad de bienes y servicios públicos, el acceso igualitario al Estado, la pobreza y la equidad, la confianza en los demás y el capital social) y costos políticos también muy graves (sobre la legitimidad del Estado y de la democracia, la toma de decisiones públicas en pro del interés general y la confianza en las instituciones). De hecho, entre 2009 y 2016 hubo en total 3.966 casos de corrupción registrados en el sistema penal acusatorio y 326 sanciones disciplinarias relacionadas con corrupción.
Ante este escenario, valdría la pena preguntarnos si Colombia es un país particularmente corrupto o si sus ciudadanos inciden en estas prácticas “por naturaleza”. Aunque, la investigadora afirma que hay ciertos factores de orden cultural e institucional que pueden incidir en la toma de decisiones éticas de las personas, no considera que sea acertado afirmar que existe una “naturaleza corrupta” en Colombia, entre otras cosas porque una parte importante de la población no incurre en este tipo de comportamientos.

Ahora bien, Isaza señala que el diseño institucional actual puede favorecer este tipo de prácticas pues hace pensar que los corruptos están por encima de la ley. Esta situación puede conducir a una especie de trampa social, en la que las personas sienten que el sistema “les obliga a ser corruptas”. Adicional a esto, la investigadora comenta que el diseño institucional actual permite una excesiva injerencia de los partidos políticos en la administración pública, más allá de la “mermelada” o los cupos indicativos, sino más bien en nombramientos de cargos públicos que deberían ser de carrera y por mérito.
En consecuencia, mitigar la corrupción es un asunto que compete tanto a la administración pública como a los ciudadanos. Ciertamente, el Estado tiene la responsabilidad principal, en la medida en que debe modificar normas e instituciones, teniendo en cuenta que en países donde la corrupción es sistémica es poco probable que pequeños mecanismos institucionales puedan conducir a una mejor gobernanza. Por ejemplo, aunque Colombia ha adoptado medidas como aumentar la transparencia y el acceso a la información pública, reducir los trámites, organizar los mecanismos de investigación y sanción, tipificar delitos y recuperar dineros apropiados de manera indebida, mapas de riesgos, planes anticorrupción, nuevos sistemas para la aprobación y monitoreo de proyectos financiados con regalías, no hay evidencia de que nada de esto haya ayudado efectivamente.
No obstante, también es cierto que, para mitigar esta problemática, la sociedad debe cambiar comportamientos y reducir la tolerancia a la corrupción, que es muy alta; sobre todo, a la pequeña, invisible, de todos los días, resalta la experta.

https://www.uexternado.edu.co/finanzas-gobierno-y-relaciones-internacionales/la-corrupcion-es-inherente-la-cultura-colombiana/