domingo, 28 de junio de 2020

Diversidad sexual identidad de genero y sexual




“En lo que respecta a la sexualidad humana, no todo el mundo es como uno mismo... incluso los seres queridos, los amigos y los vecinos son más distintos de lo que uno supone“ Havelock Ellis

Qué es la identidad de género


Aún hoy día existe mucha confusión en cómo se desarrolla nuestra identidad de género e incluso en saber qué significa este término. En muchas ocasiones se confunde con la orientación sexual y no son consecuencia directa la una de la otra.
 
Nuestra identidad de género es nuestra conciencia psicológica, nuestra sensación de ser mujer, hombre, ambos o ninguno de ellos. Es cómo nos sentimos con respecto al género; cómo nos definimos.
 
Existen muchas creencias de que nuestra identidad de género, el ser hombre o mujer en nuestra sociedad, viene marcado por nuestros genitales. Es más, se nos clasifica así incluso antes de nuestro nacimiento. Si tienes un pene serás hombre y si tienes una vulva serás una mujer. Y esto no siempre coincide, aunque sí es cierto que la mayoría de las veces sí y no por eso el resto es excluyente.
 
El que sigan primando estas creencias por encima del resto ha llegado a ser una fuente de conflicto y discriminación para aquellas personas que no se sienten parte de esta clasificación, lo que las ha podido llevar a no poder vivenciar y expresar con libertad su identidad, como se sienten.
 
Es importante saber que nuestros genitales tan sólo son nuestros genitales y no siempre van a coincidir con cómo nos sintamos con respecto a nuestra identidad.


Por ello, nos gusta hacer referencia al término Diversidad Sexual como una  amplia gama o combinaciones que alberga el modo que tenemos de vivir nuestra identidad.

 
diversidad sexual e identidad de genero

   El abanico es amplio:
 
Convivimos personas cisgénero, que son aquellas cuya identidad, sentirse hombre o mujer, coincide con los genitales de nacimiento. Un ejemplo de ello sería una persona con genitales femeninios, vulva, que se siente mujer y una persona con genitales masculinos, pene, que se siente hombre.
 
También existen personas transexualesaquellas en las que su identidad de género es opuesta a sus genitales de nacimientoUn ejemplo sería una persona que nace con genitales masculinos, pene, y se siente en su identidad mujer o una persona que nace con genitales femeninos, vulva, y se siente hombre en su identidad.
 
Además, hay personas que se identifican con un género fluidosintiendo una mezcla dinámica de ambos géneros o también no identificándose con ninguno de los dos… Pueden identificase con ciertos rasgos de ambos géneros o cambiar de identidad a lo largo del tiempo y según el contexto.
 
Como vemos, no siempre nuestro cuerpo, en concreto nuestros genitales, serán los que definan quienes somos y cómo nos sentimos con respecto a nuestra identidad.
 
En la actualidad, somos conocedores de que tenemos conciencia de cómo nos sentimos en cuanto a nuestra identidad (sentirse mujer u hombre) desde los 36 meses de edad.
 
Al mismo tiempo, es importante que sepamos que ni todos los hombres son iguales, ni todas la mujeres son iguales. De ahí que nos surja la pregunta ¿cómo expresamos o damos a conocer a los demás nuestra identidad? ¿qué hacemos o decimos para indicarnos a nosotros mismos y a los demás el género con el que nos identificamos?
 
Todo ello lo hacemos a través de roles o papeles de género. En cada sociedad hay patrones, comportamientos que definen lo que es ser masculino-hombre o lo que es ser femenino-mujer. Es algo que puede cambiar a lo largo del tiempo dentro de una misma sociedad y además a lo largo de la vida en una misma persona sin que por ello cambie la identidad.

Cuando nos referimos a nuestra cultura y sociedad lo hacemos con el fin de poder enmarcar lo que significa ser hombre o mujer donde vivimos. No suelen ser iguales las actitudes, por ejemplo, de una mujer de occidente con respecto a una mujer de oriente. La cultura siempre es un factor muy influyente.
 
Así que una vez más, podemos poner más ejemplos de ello. Una persona con genitales femeninos al nacer, vulva, que se siente mujer de identidad y que se expresa según comportamientos o rasgos considerados por nuestra sociedad como masculinos y no por ello se tiene que sentir hombre. Otro ejemplo podría ser una persona transexual con genitales masculinos al nacer que se siente mujer de identidad y expresa su género con un papel considerado como femenino en nuestra sociedad.  Y así podríamos hacer muchas combinaciones.
 
Nuestra identidad de género, como vemos, está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, culturales… entre muchos otros a lo largo de nuestra vida.
A menudo y como dijimos en el inicio, el término identidad se confunde con la orientación sexual, y este caso a lo que se hace referencia es a la capacidad que tenemos de sentir o no una profunda atracción emocional, afectiva, erótica y sexual por otras personas, pudiendo estar dirigida a personas de un género diferente o igual al propio.
 
Si hacemos combinaciones con todo lo descrito podríamos tener muchos ejemplos representativos:  una persona con genitales femeninos al nacer, vulva, que se siente mujer y siente atracción por hombres, aquí hablaríamos de una mujer cisgénero y heterosexual; si en caso contrario sintiese atracción por mujeres hablaríamos de una mujer cisgénero y lesbiana, si fuera por ambos sexos cisgénero y bisexual…
 
En el caso de las personas transexuales sería de igual modo, una persona que se siente mujer con genitales masculinos al nacer y le atraen las mujeres sería lesbiana y si le atrajesen los hombres sería heterosexual y para lo mismo con la bisexualidad.
 
Si te animas puedes hacer tus propias combinaciones.


Lo más importante es que todos buscamos nuestro lugar de pertenencia y la realidad es que a veces se hace difícil por la desinformación, cerrazón y consecuencias de la transfobia y homofobia, que pueden llevarnos a padecer cuadros de ansiedad y depresión.
 
Si al leernos crees estar en un momento de conflicto o dificultad con alguna de estas áreas de tu sexualidad y necesitas de apoyo y acompañamiento para llegar a la aceptación, reafirmación, vivencia y expresión con total libertad de tu identidad y orientación, la terapia psicológica podría ser un buen recurso.
 
Tal y como Howard Gardner dijo en sus estudios respecto a las inteligencias múltiples y que podemos aplicar al campo de la sexualidad:
 
“Ninguna persona es mejor ni peor que otra. Ni tampoco igual a otra. Lo que nos hace humanos es que cada uno de nosotros es único. Así que ríase con la neurociencia, de quien diga que alguien es más listo que otro: ¿listo para qué? Cualquier talento no es sino capacidad de adaptación al entorno: inteligencia.
 
“Las etiquetas deben ser el camino al conocimiento e inclusión social y cultural de la diversidad  sexual y no el camino a la estigmatización”

martes, 23 de junio de 2020

La excepcionalidad de Medellín






En estos días, el mundo ha estado hablando de la excepcionalidad de Medellín. El New York Times, por ejemplo, definió a Medellín como a una ciudad pionera por lograr contener hasta el momento de manera exitosa el contagio del covid-19. De hecho, la capital paisa logró aquello que no lograron otras ciudades de Colombia, empezando con Bogotá, y del mundo. De hecho, el área metropolitana de Medellín registra solamente 1349 contagiados y 7 fallecidos. Comparemos estos datos con la ciudad de Milán, en Italia, que tiene la misma población de Medellín: son más de 24 mil los contagiados y más de 5 mil los muertos. Los medios internacionales, que tienden a simplificar realidades complejas, han resaltado el mérito del alcalde Daniel Quintero. Sin querer disminuir la capacidad del alcalde de coordinar el manejo de la crisis, junto con el gobernador Aníbal Gaviria, pienso que es importante resaltar que el milagro de Medellín es el fruto de una inteligencia colectiva, más que de un liderazgo individual. Los alcaldes (todos, buenos y malos) pasan, mientras que la inteligencia colectiva se queda.

Son, seguramente, muchas las variables del éxito que Medellín hasta el momento registra en contener la pandemia. Hay factores culturales, como el sentido de pertenencia y el orgullo por la ciudad, además que una resiliencia probada y desarrollada en décadas duras, cuando la principal pandemia (todavía no extinguida) era la violencia. Desde su misma historia trágica, Medellín ha aprendido no solamente a sobrevivir sino también a prosperar. Ultrajada de muchas maneras, es una ciudad que nunca se limitó a ser víctima. Por eso, durante años, y muchas veces en el anonimato, se ha ido robusteciendo una red de líderes sociales, culturales, empresariales, y también políticos, que de manera creativa, innovadora, y sorprendente, han permitido a la ciudad levantar la cabeza. No estoy hablando de un puñado de líderes, sino más bien de un movimiento, de un enjambre de líderes, que han puesto a disposición de la ciudad sus talentos, ingenio, creatividad, y compromiso. Realidades institucionales como Comfama, Proantioquia, Ruta N, o universidades como la de Antioquia, la Bolivariana y Eafit, junto a grupos empresariales, emprendimientos de vanguardia, y a numerosísimos procesos culturales y artísticos, son el caldo de cultivo que fomenta aquella inteligencia colectiva que hace de Medellín una ciudad emblemática y a la cual mira el mundo hoy.

Pienso que la inteligencia colectiva es una calidad que marca a esta ciudad. Es la habilidad de un grupo de personas de innovar y de encontrar soluciones, logrando resultados que un individuo solo, aún si fuera un genio, no podría lograr. Como lo resalta Surowiecki en su libro Cien mejor que uno, sustentan a la inteligencia colectiva, la diversidad, independencia, descentralización de talentos e iniciativas que se coordinan para lograr un objetivo compartido. Es lo que está pasando. En estos meses vimos en Medellín iniciativas a la vanguardia en el campo médico, científico, y tecnológico. Si Medellín se hace más consciente de su inteligencia colectiva puede darle la vuelta a los demás problemas sistémicos que todavía tiene. Podría ser esta la herencia positiva de esta pandemia.

 Por:Aldo Civico

jueves, 4 de junio de 2020

Elogio de la soledad





Siempre me ha gustado la soledad; o mejor, la soledad remediable, esa que en cualquier momento puede recuperar la compañía. Como decía Victor Hugo: “Amo la soledad siempre y cuando no esté solo”. Por eso, a pesar de todas las angustias que ha traído este confinamiento, he disfrutado de los ratos adicionales de soledad que han venido con el encierro.

La sociedad en la que vivimos, la misma que parece haberse ido con la pandemia pero que volverá pronto, desdeña la soledad; la ve como una falla que hay que corregir, y para eso nos ofrece la televisión, la radio y las redes sociales, para que nos acompañen. Pero, más que acompañarnos, esas cosas nos brindan distracción visual y auditiva, un bombardeo de imágenes y sonidos impactantes para que la atención no desfallezca, un sedante para pasar el tiempo de manera tranquila, sin sobresaltos, como si estuviésemos haciendo pereza sin ser conscientes de ello. Estoy simplificando las cosas, lo sé, pero no demasiado. Hoy, las pantallas de televisión están en todas partes: en los bares, en los aeropuertos, en las universidades, en las salas de espera, en los hospitales, siempre listas para embolatar la vista y el oído de gente apresurada, cansada o simplemente sola, que pasa por ahí. Es casi imposible escapar a esa compañía distractora: hay que encerrarse, o ir al campo profundo para poder estar solo (los pueblos se han vuelto tan ruidosos como las ciudades).

Todo esto empieza muy temprano: a los bebés no se les contrata una niñera, ni se les pone otro bebé al lado para que jueguen, sino que se les entrega una tableta o un celular. Todavía no sabemos bien qué implicaciones tiene crecer en un apartamento, entretenido por pantallas, en contraste con crecer al lado de otros niños, en la calle, conversando y jugando. No soy de los que se horrorizan con la adicción tecnológica, pero sí creo que, como todos los cambios drásticos en la manera de vivir, hay algo que se gana y algo que se pierde. Los sicólogos sociales no saben bien cuál es el precio que estamos pagando por abandonar las rutinas de antes, pero yo sospecho que perdemos parte de nuestra capacidad para estar solos y, con ella, parte de nuestra vida interior y de nuestro talento para enfrentar la vida y relacionarnos con los demás. Si, como decía Orson Welles, “nacemos solos, vivimos solos, morimos solos y únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”, desconocer este hecho ineludible que es la soledad, o embolatarlo con imágenes y ruido, no parece algo sano.


Tal vez la vida que teníamos antes, corriendo sin descanso de un lado para otro, nos había marchitado la introspección. Tal vez soy un nostálgico de la soledad y por eso estimo que la estamos malogrando con el trabajo sin descanso y el entretenimiento sin substancia. Tal vez deberíamos ser más conscientes de que la meditación, las religiones y la filosofía también obedecen a la necesidad que tenemos los seres humanos de encontrarnos con nuestro yo interno y de darle un sentido íntimo a lo que hacemos.
No hay que ser filósofo, ni sacerdote, ni monje budista para tener una vida interior o disfrutar de la soledad. Siempre podemos escaparnos, incluso en medio del bombardeo de sonidos y de imágenes, para encontrarnos con el yo que todos llevamos dentro, para cultivarlo y protegerlo, para que no se convierta en un ser extraño que nos incomoda o nos estorba.

miércoles, 3 de junio de 2020

Las ideas y los odios

Supongamos una conversación entre dos personas que tienen ideas políticas opuestas; digamos que se llaman Juan (J) y Pedro (P). J: cuando pase esta pandemia seremos un país más pobre; P: es verdad, y mucha gente no tendrá con qué comer; J: sí, pero también muchas empresas y negocios habrán quebrado; P: pero más grave que eso es la pobreza y por eso se necesita que los ricos paguen mas impuestos; J: al contrario, lo que hace falta es salvar a las empresas y a los bancos, que son los que mueven la economía; P: no, señor, la verdadera riqueza del país está en el pueblo, aquí los ricos pagan pocos impuestos y viven de las prebendas del Estado; J: así piensan los resentidos como usted y por eso terminan defendiendo a los guerrilleros, para que acaben con este país; P: qué va, el problema de este país es la gente como usted, que patrocina grupos paramilitares para defender sus privilegios.
Esta conversación es una caricatura, claro, pero refleja algo que ocurre con frecuencia en los debates: el escalamiento de las diferencias. Todo empieza con hechos que son valorados de distintas maneras, pero que podrían terminar en acuerdos, al menos parciales; pero a medida que el intercambio avanza con afirmaciones generales que van mucho más allá de los hechos discutidos, las emociones políticas se desatan y la conversación termina entre insultos y acusaciones.
¿Qué causa semejante escalada? La diferencia entre los idearios políticos de quienes debaten no alcanza a explicar el escalamiento. Ambos empiezan diciendo cosas ciertas, reivindicaciones justas, que podrían conciliarse. ¿Dónde está entonces la chispa que enciende el insulto? J y P no intercambian cosas reales, como manzanas o peras, sino imágenes, representaciones. A medida que transcurre el debate cada uno va construyendo una imagen del otro y, en ese ejercicio, la valoración racional de las ideas cuenta menos que las emociones, los miedos y los recelos. La diferencia entre el momento inicial y el final de la discusión es el resultado de las antipatías y los prejuicios recíprocos, más que de las maneras de pensar. Si entre las ideas que se tramitan hay una divergencia, entre las emociones hay una guerra.
Esto no solo puede ocurrir en las discusiones políticas, sino en todos los altercados: los amorosos, los profesionales, los académicos, los vecinales, etc. Todos hemos sido testigos de peleas desbordadas, que evolucionan como ruedas sueltas, sin que nadie, ni siquiera los protagonistas, las puedan detener. Las consecuencias de este aluvión en la política pueden ser muy graves. En la conversación que mencioné al inicio es posible incluso que cada parte se arme para combatir al otro hasta eliminarlo, lo cual es un grado adicional, el peor posible, en el escalamiento. Eso ha ocurrido muchas veces en la historia de Colombia.
No estoy abogando por acabar con el debate político, ni mucho menos con la crítica o la denuncia. Simplemente estoy alertando sobre un fenómeno de sicología social: el posible escalamiento emocional de los debates. Hablo de lo que don Carlos E. Restrepo llamaba, en la historia nacional, “los viejos queridos odios” y de cómo estos, más que las ideas, han marcado el curso de nuestra historia política. Desde Bolívar y Santander hasta Santos y Uribe, pasando por los generales Obando y Mosquera y los políticos Laureano Gómez y Jorge Eliécer Gaitán, las furias han estado más enfrentadas que las ideas. Es por eso que en Colombia las heridas de las guerras no sanan y en los períodos de paz se sigue luchando como si la guerra no hubiese terminado. Mientras los odios estén en guerra, la paz estará en vilo.