domingo, 23 de febrero de 2020

Autoconocimiento personal: 3 herramientas para conocerte mejor


Cada uno de nosotros nos encontramos día a día viviendo nuestro propio sueño personal. Podemos ser conscientes o no de cada paso, pero ahí están. Llevándose a cabo como si de un guión se tratase. El autoconocimiento es la herramienta clave y esencial cuando hablamos de conseguir nuestras metas, propósitos y materializar los deseos personales.
«De todos los conocimientos posibles, el más sabio y útil es conocerse a sí mismo» 
-William Shakespeare-
Somos muchos los que nos enfrentamos a cambios continuos en nuestra vida personal y profesional. Dentro de nuestra búsqueda de bienestar y crecimiento interior, podemos replantearnos muchas cosas. Sobre todo aquellas que nos permiten conocernos a nosotros mismos y orientarnos hacia lo que nos satisface y mejor sabemos hacer.
Conocer los objetivos que tenemos y las herramientas para conseguirlos es el primer paso para lograr lo que nos propongamos.

Herramientas para alcanzar el autoconocimiento

Es cierto que cuando hablamos sobre nosotros mismos en ocasiones nos puede resultar difícil. Sentimos que nos conocemos y sabemos todo acerca de nosotros, pero muy pocas veces nos detenemos a pensar, reflexionar y escribir nuestras metas.
No nos paramos a “sellar con tinta” y ser conscientes de las características que nos facilitarán o dificultarán la consecución de las mismas. Para ello, es importante y necesario objetivar lo que sabemos sobre nosotros mismos y nuestro interior como seres humanos.
A estas alturas, me encantaría que supieras lo importante que resulta el autoconocimiento en cada uno de nosotros pero, ¿qué herramientas nos ayudan a conocernos a nosotros mismos? Estas son las 3 mejores:

Quién soy

Este ejercicio te permite ver quién eres en este momento, el momento actual, y quién quieres llegar a ser. Destacar que lo más importante es decidir cómo vas a conseguir llegar a ser la persona que deseas y anhelas ser ¿Cuál sería tu estrategia para conseguirlo?
Se realizará la tarea colocando en una hoja quién eres, en otra quién deseas llegar a ser y en la última cómo vas a hacerlo. Será también interesante complementar este ejercicio con un feedback de las personas de tu confianza para conocer cómo te ve y percibe tu alrededor.

La línea de la vida

Esta herramienta te permite crear una línea horizontal que representa tu vida. En esta línea marcarás un punto medio que representa el ahora. Seguidamente, comenzarás a incluir las diferentes situaciones y experiencias que hayas vivido en el pasado. Así podrás ser consciente de aquello que consideras relevante en tu vida.
La segunda parte consistirá en cumplimentar parte de tu futuro, señalando tus objetivos mas cercanos y más alejados en el tiempo. Al finalizar esta línea de vida te invito a reflexionar sobre lo que has vivido y sobre cómo te planteas conseguir y alcanzar los objetivos marcados en tu futuro.

Tener un diario de emociones

Me encanta sentir las emociones como tesoros ya que su poder en nosotros es inmenso. Escuchar nuestras emociones puede aportarnos muchos detalles sobre nosotros mismos, otras personas o diferentes situaciones. Debido a ello, el diario emocional es considerado una técnica para facilitar el autoconocimiento.
Conocer cuáles son las emociones que más se repiten en tu día a día o su origen, ser consciente de tu propio estado emocional puede facilitarte un mayor autoconocimiento en cualquier parcela de tu vida que desees. 
«La clave para gestionar a otros de manera efectiva es manejarse uno mismo primero. Cuanto más conoces de ti mismo, más puedes relacionarte con los demás, desde una posición de confianza, seguridad en uno mismo y fortaleza» 


domingo, 16 de febrero de 2020

Qué papel tenemos los hombres en la era del feminismo






En plena era del #MeToo el hombre no sabe qué papel acoger para favorecer al feminismo.

El machismo no sólo desfavorece a la mujer, también en cierto grado a los hombres por dibujarnos como cromañones y obligarnos a prescindir de la empatía y de nuestros sentimientos.

La solución a todo es sencilla y fundamental: abandonar nuestra zona de confort y mantener una actitud proactiva con el movimiento.


Si el XX fue calificado como el siglo de las mujeres, no tengo duda de que el XXI merece ya el título de siglo del feminismo. No creo que haya una propuesta emancipadora tan ilusionante y global como la que reclama la superación de un orden, el patriarcal, y de la cultura en la que se apoya, que no es otra que el machismo. Una propuesta, teórica y vindicativa,que justamente ahora nos interpela de manera singular a los hombres. Es decir, a esa mitad de la Humanidad que nunca antes estuvo tan desorientada y desubicada ante la imparable revolución de la otra mitad.
Es innegable que la progresiva conquista de autonomía por parte de las mujeres está provocando en algunos hombres –me gustaría pensar que los menos– una actitud reaccionaria, la cual los lleva a situarse a la defensiva, celosos de sus privilegios y de un lugar que saben que ya nunca volverán a tener. De ahí que un machismo cada vez más beligerante, y amparado en fratrías de machos que se resisten a perder su hegemonía, esté tratando de ocupar el discurso público.
Algunas redes sociales como Twitter son buen ejemplo de ello, de la misma forma que ciertas proclamas de intelectuales varones ponen en evidencia el malestar de algunos al sentir que pierden el monopolio de los púlpitos. Ésos que ahora irremediablemente tienen que empezar a compartir con voces y palabras de mujer.
Sin embargo, me gustaría pensar que una gran mayoría de hombres estamos dispuestos a llevar a cabo un ejercicio de autocrítica que desenmascare los privilegios de los que seguimos gozando y que desvele nuestra complicidad, por acción u omisión, con el machismo. Sin este proceso de transformación masculina, que pasa por adquirir conciencia de género y por perderle el miedo al feminismo, mucho me temo que las conquistas de nuestras compañeras seguirán siendo parciales y frágiles.
En este siglo, los hombres deberíamos pues hacer lo que no hemos hecho a lo largo de la historia, es decir, iniciar un proceso que suponga la renuncia a nuestra posición de comodidad. Ello implica superar un modelo de masculinidad hegemónica que nos educa para el poder, la violencia y el dominio. Que nos convierte, aunque en muchas ocasiones no seamos conscientes, en depredadores del otro y, sobre todo, de la otra. Un modelo que también genera costes para nosotros mismos, en cuanto que supone renunciar a la dimensión más humana de nuestro ser, que no es otra que la que nos reconcilia con nuestra vulnerabilidad.
Ha llegado el momento de que abandonemos la resistencia pasiva. Ya no basta con permanecer al margen o con limitarnos a ser políticamente correctos. Las mujeres nos están reclamando una acción transformadora que pasa por acabar con el machito que todos llevamos dentro y por no contribuir a la supervivencia del patriarcado gracias a nuestro silencio cómplice.
Tenemos que convertirnos en militantes por la igualdad, lo cual, claro está, sólo será creíble si somos capaces, en cualquier ámbito de nuestra vida –el trabajo, la pareja, la familia, las amistades–, de ir adoptando unas reglas del juego que permitan superar la diferenciación jerárquica entre hombres y mujeres.
No es, podéis imaginarlo, una tarea fácil: todos (y todas) arrastramos una pesada mochila que el machismo ha ido llenando de costumbres y prejuicios. Tampoco hemos de esperar a que nuestras compañeras de vida, que ya bastante tienen con su lucha diaria, se conviertan en nuestras salvadoras. Debemos ser nosotros los que nos lancemos a una aventura que nos convertirá en mejores personas y que ha de permitir que habitemos al fin un mundo en el que mujeres y hombres seamos equivalentes. Porque, como bien dice el escritor Andrés Neuman: "No concluirá la luna su mudanza mientras que el sol no modifique sus costumbres".
*Articulo originalmente publicado en el número 247 de GQ.

Los hombres deben dar un paso al frente y ser incómodos para los machistas



Porque el machismo es ante todo, un problema masculino.

Cerca de 1.000 mujeres asesinadas desde 2003. Una cifra que debería bastar para que la violencia de género fuera percibida como el problema más grave de nuestra sociedad. Un tipo de violencia que es sólo una más de las muchas que podemos calificar como machistas, las cuales son perpetradas por sujetos de todas las edades, de todas las nacionalidades, de todos los estratos sociales y económicos.
Dicho de otra manera: el único rasgo que comparten todos estos sujetos es que son de sexo masculino. Es decir, hombres que reproducen hasta el extremo más brutal una cultura machista. Individuos que han sido socializados para el dominio y para el ejercicio de la violencia con el objetivo de mantener o restaurar un orden en el que nosotros somos los privilegiados.
Unos machitos que también conciben el amor y la sexualidad desde el control y el dominio. Unos tipos que son incapaces de reconocer la equivalente autonomía de sus compañeras. Los que hacen posible la permanente reinvención del patriarcado desde la asunción acrítica de que ellos han nacido para ser los amos, los putos amos.
La violencia de género es, pues, un problema masculino que sufren las mujeres. Con ello no quiero decir que todos los hombres seamos maltratadores, como tampoco que todos seamos ni violadores ni puteros. A lo que me refiero es a que la raíz de este drama social se halla en un modelo de masculinidad que en el siglo XXI continúa prorrogando nuestro estatus privilegiado y, ligado a él, el uso de múltiples violencias mediante las cuales mantenemos nuestro poder. Todo ello aderezado con los mitos del amor romántico que tanto ayudan a que las mujeres sigan entendiendo que su lugar es el de la sumisión y que nosotros hemos nacido para ser conquistadores. No sólo de los territorios, sino también de los cuerpos y hasta de las vidas de quienes durante siglos fueron educadas para el silencio.
En consecuencia, y por más que sean necesarias leyes y políticas públicas dirigidas a reducir al máximo unas violencias que a todos nos deberían helar el corazón, difícilmente las cifras dolorosas irán reduciéndose si no revisamos cómo nos seguimos construyendo conforme a las expectativas de lo que implica ser un hombre de verdad. Ésas que desde jovencitos, cuando apenas somos unos niños, nos insisten en que nuestro destino va a ser el poder y que la ira, la agresividad o la violencia serán siempre fieles compañeras. De ahí la urgencia en trabajar con los más jóvenes, ésos que parecen tener normalizado el maltrato en las relaciones de pareja y que ahora, en el espacio salvaje de las redes sociales, no dejan de repetir modelos tóxicos.
En este mes de noviembre, en el que de nuevo veremos a las instituciones, a los medios de comunicación y a buena parte de la sociedad movilizados en torno al 25N, los hombres decentes, es decir, los que ni somos maltratadores, ni nos sentimos parte de ninguna manada, deberíamos dar un paso hacia adelante en nuestro compromiso.
Deberíamos convertirnos en sujetos incómodos para nuestros iguales, poniendo en evidencia sus complicidades, por acción u omisión, con el machismo. Deberíamos empezar a entender que nuestras madres, hijas, amigas y compañeras están hartas y cansadas, y que ha llegado el momento de asumir nuestra responsabilidad y no limitarnos a la sonrisa políticamente correcta del que ya no se atreve a decir en público que es machista. Es una cuestión de justicia, de igualdad, o sea, de democracia. Y de vida.
Porque siguen siendo ellas las que la pierden, o las que la conservan malherida, por el simple hecho de ser mujeres. Un drama que sólo cesará cuanto dejemos sin aliento al machito que, conscientes o no, todos llevamos dentro.
*Este artículo fue publicado originalmente en el número 248 de GQ.

miércoles, 12 de febrero de 2020

GRACIAS QUERIDO DIOS, POR TODO LO QUE HE RECIBIDO HASTA AHORA





No olvidemos recurrir a Dios, especialmente cuando más lo necesitamos. Pero lo más importante, es agradecerle por toda su bondad. 
¿Qué es la gratitud hacia Dios?
Esta es una expresión de su aprecio por cualquier bien mostrado. Si define la composición de la palabra, es “gracias”. Es decir, gracias al Creador, le expresamos nuestro reconocimiento a Él y su amor.
¿Por qué debemos agradecer a Dios?
Por todo. Por cada día que viene y vive. Por el hecho de que estamos sanos. Por el hecho de que Dios nos da la oportunidad de caminar en la tierra, por respirar. Incluso en la enfermedad y el dolor, debemos agradecer al Señor, porque sin su amor no hay nada. El gobierna el mundo. Y si el Señor nos ha permitido sufrir, significa que lo necesitamos.

¿Cómo agradecerle al Señor todos los días?

Con la ayuda de la oración. Hay oraciones especiales para hacerlas por la mañana y oraciones para antes de dormir. Nos despertamos, tomamos la biblia en nuestras manos y agradecemos el despertar. Y cuando nos vamos a la cama, también tomamos la biblia y rezamos por la noche. Agradezcámosle por otro día más con vida y pidámosle protección para el próximo día.
Incluso en momentos difíciles.
¿Cómo podemos agradecer a Dios en el momento de la enfermedad y el dolor? Cuando nuestras alas están cortadas y no queremos nada. Con las justas podemos arrastrarnos con dificultad. Pero es en ese momento donde Él más nos escucha.
En momentos de pena, no se desanime. No importa lo malo que sea. El desánimo es el enemigo más terrible del hombre. Cuando la gente se desanima, todo se cae de sus manos, los pensamientos corren alrededor de uno. La persona deja de pelear y comienza a rendirse lentamente.

Conclusión:
Entonces, ¿cuál es la mejor manera de agradecer a Dios? Esto se puede hacer en la iglesia o puede hacerlo desde casa, ya sea solo en compañía de sus seres queridos. Todos los días tiene que agradecer al Señor ofreciéndole oraciones por la mañana y si se puede por la noche. No tenga miedo de recurrir a Dios en sus palabras sinceras.
Y probablemente el agradecimiento más importante es vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Cumplir la ley que el Señor mismo ha decretado para cada uno de nosotros. En líneas generales agradezca a Dios por su vida cristiana correcta, actitud sabia hacia sus seres más cercanos. No ofenda a nadie, no condene y recuerde que todo tiene solución.

lunes, 10 de febrero de 2020

Sistema Educativo Colombiano



En Colombia la educación se define como un proceso de formación permanente, personal cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes.
En nuestra Constitución Política se dan las notas fundamentales de la naturaleza del servicio educativo. Allí se indica, por ejemplo, que se trata de un derecho de la persona, de un servicio público que tiene una función social y que corresponde al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia respecto del servicio educativo con el fin de velar por su calidad, por el cumplimiento de sus fines y por la mejor formación moral, intelectual y física de los educandos. También se establece que se debe garantizar el adecuado cubrimiento del servicio y asegurar a los menores las condiciones necesarias para su acceso y permanencia en el sistema educativo.
El sistema educativo colombiano lo conforman: la educación inicial, la educación preescolar, la educación básica (primaria cinco grados y secundaria cuatro grados), la educación media (dos grados y culmina con el título de bachiller.), y la educación superior.