La influencia de los entornos
El
gran peligro de estar alrededor de gente no excelente es que empiezas a
volverte como ellos sin siquiera darte cuenta”
Robin Sharma
Las personas y las cosas que nos rodean provocan un efecto en nuestro
bienestar.
Saber modificar un contexto nocivo es una buena opción para
vivir mejor.
Todos ejercemos una influencia en nuestro entorno más cercano.
Pero es una relación bidireccional, de doble influencia. Por lo común, las
personas apelan a su fuerza de voluntad para rendir más. Pero el ambiente es
como una palanca en la que podemos trabajar para conseguir más resultados con
menos esfuerzo.
Los contextos en los que nos
movemos pueden ser unos grandes aliados o unos grandes enemigos. Veamos qué
son, cómo afectan y cuáles son los mejores para reforzarnos en lo personal y en
lo profesional. Se pueden agrupar en tres categorías:
Materiales. Los lugares donde se vive y se trabaja, el barrio y el vecindario,
la tecnología, el automóvil o el ajuar doméstico.
Personales. La familia, la pareja, los amigos, los compañeros de trabajo, los
conocidos, el contacto en las redes sociales, los horarios y los hábitos.
Mentales. Las creencias, los paradigmas, la formación e información, la
religión o los condicionamientos.
Jack Canfield
Todas estas circunstancias
pueden jugar a favor o en contra de uno, ser un motor que propulse nuestra vida
o un ancla que la hunda. Un entorno colabora o compite. Inspira o deprime.
Nutre o envenena. Obviamente también existen entornos neutros, pero por esa
misma razón hay que evitarlos tanto como los que nos perjudican. No es posible
prescindir de los ambientes, pero sí elegirlos cuidadosamente teniendo en
cuenta sus efectos.
Los entornos materiales y
personales son visibles y evidentes, aunque tal vez no sus efectos. Otros son
más sutiles, pero tan influyentes. Todo influye en todo y nadie puede aislarse
del contexto inmediato sin recibir de él su influencia.
Delegar en el entorno
significa no tratar de hacerlo todo por uno mismo, sino aprovechar las
influencias positivas externas para reforzarse.
El lugar donde una persona
vive ejerce una influencia enorme en ella: le da energía o se la quita.
Seguramente un pequeño piso ordenado, decorado de manera minimalista y con luz
abundante es suficiente para nutrir a quien vive en él. No es un tema de
dinero, de propiedad o de lujos. Es cuestión de que cualquier cosa que entre en
casa sea muy apreciada y esté en coherencia con el resto de objetos y con la
persona que habita la vivienda.
Tener menos cosas significa contar con más espacio y más claridad
mental. La luz y el orden ejercen una influencia en la mente. Deshacerse de
objetos que no se usan es una prioridad, y cambiar de vez en cuando la
disposición de los muebles en casa es un divertimento muy motivador.
La luz y las vistas desde las
ventanas son tanto o más importantes que la vivienda en sí o su superficie.
Elegir el entorno donde uno va a pasar su vida cuenta mucho, pero, por
desgracia, cuando las personas compran o alquilan un piso se fijan en los
metros, el precio o los servicios antes que en la tranquilidad, la luz, las
vistas o la ausencia de repetidores de telefonía móvil. Lo que hay fuera de la
vivienda es tan importante como lo que hay dentro.
El lugar donde se trabaja y
en el que se pasan tantas horas al día también es importante. Influye en el
rendimiento del trabajo y en la felicidad de las personas. Muchas veces uno
carece de la capacidad de cambiarlo, pues las oficinas o instalaciones son las
que son. Pero a menudo podemos influir en mejorarlas de alguna manera; y si no
es así, siempre está en nuestra mano dejar un trabajo cuyo entorno es
insalubre, nocivo, molesto, desagradable, tóxico, incómodo o desmotivador. Es
decir, si no podemos cambiar un entorno de trabajo gris, siempre podemos
cambiar de empleo. Un sueldo no lo justifica todo. Como en el caso anterior del
piso, muchas veces nos equivocamos al valorar más el sueldo, las vacaciones,
los ascensos o la cercanía que el entorno de trabajo en sí.
Las personas más beneficiosas
en el entorno personal son aquellas que sonríen, no se quejan, no se sienten
víctimas de nada, están automotivadas, son positivas, se esfuerzan, viven en la
coherencia, inspiran paz y bondad, aprenden y se forman. En definitiva, las que
tienen una mentalidad ganadora. Relacionarse con gente positiva es una receta
para la felicidad que no siempre se tiene en cuenta.
Muchas veces, las personas
que no hemos elegido, pero que forman parte de nuestros círculos (familia
política, compañeros de trabajo o vecinos), parecen una imposición imposible de
eludir. Tal vez no podamos decidir si forman parte de nuestra vida, pero sí
tenemos la capacidad de minimizar su efecto, e incluso de evitar su trato si su
influencia es muy negativa.
La influencia de las personas es invisible y silenciosa, se
acumula con el tiempo, pero sus efectos acaban siendo muy visibles a la larga.
Cada amigo o conocido deja un poso, una influencia mayor o menor. De hecho,
acabamos pareciéndonos mucho a las personas que más tratamos. Deberíamos
preguntarnos: “¿Quién me está influyendo más?”.
A veces conservamos la
amistad de algunas personas solo porque en el pasado fuimos amigos y nos
sentimos empujados a seguir siéndolo. Pero la gente cambia con los años, y es
lógico que las amistades también cambien, sin obligaciones morales o deudas de
amistad autoimpuestas. No se trata de no quererlos, sino de no frecuentarlos
tanto y a la vez hacer espacio para compañías diferentes. Cambiar de entorno
personal siempre conlleva variaciones individuales y profesionales. Si buscamos
modificar nuestra vida, será necesario un cambio de amistades o, como mínimo,
un ajuste de los círculos sociales.
El gran peligro de
estar alrededor de gente no excelente es que empiezas a volverte como ellos sin
siquiera darte cuenta”
No tener esto en cuenta puede traer consecuencias desagradables a
largo plazo. ¿No es extraño que descuidemos con quién entramos en contacto y,
sin embargo, para nuestros hijos e hijas exijamos colegios y amistades
beneficiosos?
Todos somos conscientes del
gran valor que tiene el pensamiento en la vida. Es nuestro “cuadro de mandos”,
y siendo tan conscientes de esa importancia parece mentira que lo tengamos tan
descuidado y tan poco “afilado”. Mucha gente vigila escrupulosamente lo que
come cada día: calorías, nutrientes, calidad y cantidad. Cuidan su cuerpo, pero
descuidan el alimento de su mente. ¿No es una incoherencia? El tiempo promedio
que dedica una persona al cuidado del espíritu es exactamente cero segundos al
día. Increíble.
Deberíamos cuestionar el
“material” que permitimos que entre en contacto con nuestra mente, como
publicidad, noticias, ideas, creencias, informaciones… Todo eso puede alimentar
o envenenar la mente. O la expande, o la contrae.
Hay mucho que podemos hacer
para nutrir el pensamiento: lecturas inspiradoras, meditar unos minutos al día,
relajar la mente en el silencio cada jornada, aprender cada día algo nuevo,
cuestionar creencias inútiles o contraproducentes que nos limitan, ejercitar la
imaginación y la creatividad o incluso elegir un vocabulario y unas expresiones
que nos sienten bien mientras rechazamos las que nos perjudican.
La lectura es una de las
mejores formas de alimentar la mente. Una hora al día es bastante para que esta
se exponga a nuevas ideas y entre en contacto con autores de culturas y
mentalidades diferentes. Leer es el gimnasio del espíritu. Resulta
incomprensible que los índices de lectura del país sean tan bajos cuando es el
ingrediente que más necesitan las personas para su éxito personal y
profesional. Todos somos el resultado de la media de los libros que hemos leído
en nuestra vida. Por poner un metáfora, lo que distingue a una persona que lee
de una que no lo hace es semejante a la diferencia de velocidad que hay entre
un jet a reacción y un patinete.
Cuando una mente se expande y
cambia de paradigmas, ya no vuelve a su tamaño anterior y sus posibilidades
aumentan en consecuencia.